Mario Götze fue el protagonista inesperado de la final de Maracaná. El alemán es un jugador hábil, astuto y muy fino. Pero llegó al Mundial fuera de forma, lento, sin la frescura que permite marcar diferencias. Mientras Messi, Müller, Toni Kroos o el “Pipita” Higuaín acaparaban los focos antes del partido, Götze esperaba su turno en el banquillo. Al final del encuentro todas las cámaras apuntaron a la sonrisa todavía traviesa y juvenil del mediapunta alemán.
Götze había comenzado la competición siendo titular y era una de las armas de Alemania. La lesión de Reus antes de llegar a Brasil pareció darle más peso en la alineación de Joachim Löw. Jugó en el partido inicial ante Portugal y marcó uno de los cuatro goles de la Mannschaft. Sin embargo, parecía lejos de encontrar el nivel de su temporada en el Bayern y la brillantez de su etapa en el Dortmund. Poco a poco, fue perdiendo presencia en el equipo y su falta de ritmo se hizo evidente. Ante Ghana y Estados Unidos no estuvo acertado y Alemania pareció ganar con lo justo, sin el esplendor del primer encuentro. En octavos de final la selección alemana se enfrentó a Argelia, en un encuentro de ida y vuelta, mucho más igualado de lo que cabría esperar. La selección africana puso en aprietos a Alemania y Götze jugó un partido muy discreto. El futbolista del Bayern es de esos jugadores fríos que poseen un talento innato y que parecen besar los dos extremos del fútbol: el triunfo absoluto o el fracaso más rotundo. Es capaz de decidir el partido en una acción individual y también de desaparecer al menor estornudo.
Ante Argelia, la Mannschaft creció con el paso de los minutos y asestó su golpe definitivo en la prórroga. Pero Götze ya no estaba en el campo y, tras el mal juego de los alemanes en la primera parte, fue uno de los futbolistas señalados por su entrenador. Fue sustituido por el gran secundario de Alemania: André Schürrle, autor además del gol de la victoria ante los argelinos. A partir de ahí Mario Götze fue desapareciendo de las alineaciones y su presencia en los partidos fue testimonial. Jugó siete minutos en la victoria ante Francia y no se vistió en la goleada a Brasil en semifinales.
En la final inició el partido con una mueca de conformismo, aceptando que el Mundial había llegado demasiado tarde para él. Lucía una sonrisa postiza, consciente de que había jugadores por delante de él en la rotación. Observó desde el banquillo las oportunidades alemanas y las respuestas de Argentina.
El partido se acercaba a la prórroga y Joachim Löw le llamó en el minuto 88. Götze acudió con una mezcla de tensión y desgana. Antes de salir al campo recibió los consejos de Klöse y siguió sus instrucciones. El mediapunta asistió a Schürrle nada más comenzar la prórroga y miró a portería en dos ocasiones. En la primera, estuvo lento y la defensa argentina evitó su remate. En la segunda, disparó desde la frontal con inocencia y languidez. Götze, pese a una buena puesta en escena, empezaba a mirar al suelo y a dar la razón a aquellos que habían perdido la confianza en él.
Pero entonces, en el minuto 113, apareció Schürrle para desbordar a Mascherano. El futbolista del Chelsea ha sido fundamental para Alemania: ha sido capaz de agitar los partidos desde el banquillo, ha marcado goles importantes y ha conseguido asistencias en momentos de máxima tensión. Schürrle dejó atrás a Mascherano y centró al área con precisión. Y ahí estaba Götze, solo ante Romero, casi sorprendido por el apagón general de la defensa albiceleste. Y el joven talento del fútbol alemán no lo iba a desperdiciar. Sin que cayera el balón al suelo, controló con el pecho y puso el balón lejos del alcance del portero argentino. Ejecutó una acción técnica preciosa y consiguió el gol más importante de su carrera. Celebró el tanto como aturdido, casi frotándose los ojos ante un sueño del que nunca se tuvo que despertar.
El pequeño Götze consiguió el gol de la victoria para la Nueva Alemania de Joachim Löw. Un equipo que ha prescindido de los centímetros [1] en busca de futbolistas técnicos capaces de llevar el ritmo del partido a través de la posesión y del buen trato de balón. Löw ha sabido mezclar la experiencia de sus veteranos con la alegría de sus jóvenes. Una generación liderada por Götze y Reus y que ya en la sub 21 mostró su inclinación por un juego ofensivo. La Alemania de Löw no siempre pudo llevar a cabo su romántica propuesta, y en ocasiones pareció tener menos imaginación de la que dicta su nuevo cartel. Sin embargo, la evolución en la idea de juego es evidente y su apuesta por la combinación le ha dado el trofeo. Para lograrlo, además del cambio en el planteamiento, fue necesaria la aparición de un mago tímido de esos que va y viene en los partidos. El chico de oro, un futbolista descarado en el regate y con facilidad para los grandes momentos.
Cuando ya nadie le esperaba, apareció esa joya a la que Joachim Löw estuvo a punto de renunciar.
Jorge Rodríguez Gascón.
[1] No hay más que ver quién es el líder indiscutible de esta selección y uno de los mejores futbolistas de la competición: Philipp Lahm. Desde su 1´70 ha sabido mostrar su jerarquía y adaptarse a las necesidades de su equipo. Cumplió en el mediocentro pero mejoró su rendimiento en el lateral. Desde esa posición es un mal constante para el rival. Se despliega, aparece por dentro y por fuera y centra con peligro.