Antón Castro / La química del gol
El equipo de Del Bosque dominó de principio a fin y cerró el choque con un gol agónico de Piqué. La Roja exhibió posesión, calidad, continuidad y fantasía, pero también sus carencias ante el gol.
España ha vuelto. Y de qué modo: con serenidad y paciencia, con esfuerzo y carácter, con recursos de antaño y aún justo de gol, ante un elenco rocoso como Chequia que sabía cómo jugar: encadenado a Cech, encerrándose y esperando una salida vertiginosa o el golpe intimidatorio de un saque de esquina, donde sus gigantes podrían cazar al vuelo. El más que correcto partido de España se inició en la sensatez de Del Bosque: eligió bien en el marco al inclinarse por De Gea (resultó bonito el prolongado abrazo de Jordi Alba), dio confianza a Cesc, apostó por Nolito y Morata arriba, y los demás fueron los esperados.
El combinado español pronto demostró que se sabía la lección y que hay ilusión, entrega y partitura. Salvo dos lanzamientos de esquina, Chequia apenas compareció: su estrella Rosicky solo defendía, perseguía el balón e intentaba taponar a Juanfran o a Silva, que, algo lejos de su mejor nivel, ofreció pases milimétricos.
España jugó con seriedad en todas las posiciones: los laterales fueron profundos y generaron juego, algún desborde y centros interesantes; los centrales dieron sensación de seguridad y de aplomo, afinaron el pase y combinaron con eficacia. Buscaban el enlace con los pivotes Busquets y Cesc (Busi es el ancla, el observador y el coche escoba; Fábregas busca su sitio en el entorno de la media luna rival), y tuvieron arrestos para ir al ataque.
Cuando no aciertan los arietes, los dos, Piqué y Ramos son una alternativa por alto, por su capacidad de remate, y por abajo, por su insistencia y su determinación. Y por dentro, se mueven los dos directores de juego: Silva e Iniesta. Silva alcanzaba su partido número 100 y estuvo a buen nivel, en el costado derecho. Generó ocasiones, sirvió un gol cantado a Morata, buscó la triangulación en corto de patio de colegio y usó ese toque primoroso con el que fabricó peligro y sorpresa; enchufado en un vehemente inicio de la segunda parte, falló la mejor jugada de la selección por poco, en la que volvió a ejercer de asistente Iniesta.
El 6 de la Roja es un futbolista increíble: resulta liviano, parece encerrarse en jardines sin salida, y sale y juega en profundidad y desborda con esa sutileza o gracia difícil de definir. Apenas pierde balones, sortea gigantes con un gesto de cadera, se ovilla sobre sí mismo y encuentra rutas, desfiladeros o puntos de fuga con la cabeza erguida. Si el fútbol posee algún atributo excepcional ligado a la maravilla o el asombro, Iniesta lo encarna a la perfección, sin ínfulas, con la suavidad de alguien que es de este mundo y parece de otro. El fútbol con Andrés alcanza otra dimensión. Garbo, malabarismo y deslumbramiento, incluso cierta espiritualidad.
El partido fue trabajoso. Desde el principio. Los españoles dominaron hasta el agobio: la República Checa llegó a defenderse con una línea de 5-4-1 y con un doble muro 5-5. Y a esa empalizada, España le buscó soluciones, y a veces las encontró sin la deseada fortuna. Dominó de principio a fin. Nolito fue más pugnaz que brillante o incisivo, no desbordó con nitidez casi nunca, pero lo intentó, y buscó el regate hacia afuera para acomodar su preciso disparo, que ayer se le negó.
Y Morata no estuvo fino en la línea de gol, marró dos oportunidades claras, pero se escurrió a las bandas, controló muy bien el balón, exhibió desmarque e intención y evidenció una madurez indiscutible. Con un poco de suerte, será uno de los delanteros del torneo. Le sustituyó Aduriz, que intimida todo el tiempo.
Aduriz y Morata se complementan: pueden jugar juntos y a la vez el uno es el recambio perfecto del otro. España venció agónicamente, sí, pero demostró también que ha recuperado sensaciones, ambición, rasmia, instantes de preciosismo e incluso seguridad en sí misma como bloque. Entereza y constancia. Faltó gol, hay que mejorar el ritmo, acelerar el juego cuando los rivales se encanallan atrás, y hay que combatir, y sobreponerse, una cierta tendencia a la inmovilidad, a la pereza y al conformismo.
Del Bosque estuvo correcto con los cambios. No modificó en exceso su método y creyó en él. Respiró hondo cuando llegó el tanto de justicia poética de Piqué. También el míster necesita espantar fantasmas, insidias, dudas y la mala sombra de Brasil 2014.
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*Este artículo se publicó en Heraldo de Aragón, el martes 14 de junio de 2016.
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Foto 1: andina.com.pe. Foto 2: amazona.news.com