La Eurocopa, entre lo imprevisto y lo esperado

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La Eurocopa llega a los cuartos de final y el desenlace se presenta emocionante. El torneo ha dado algunas sorpresas: la derrota de la vigente campeona a manos de Italia, la enésima decepción de Inglaterra o la eliminación de Croacia, que era uno de los equipos que mejor fútbol habían practicado. También han surgido fenómenos absolutamente inesperados como el de Islandia y Galés, dos equipos sin tradición en las competiciones internacionales. En el fondo, son grandes noticias para el fútbol, un deporte acostumbrado a la reafirmación de lo cotidiano. Alemania y Francia responden a su cartel de candidatas. La Mannschaft venció a Eslovaquia en su mejor partido del torneo y Francia descubrió que Griezmann es la mejor solución en los momentos de emergencia. Italia ya ha demostrado que siempre está en la pelea: especialmente en los torneos en los que menos se la espera. El equipo de Antonio Conte se medirá a la campeona del mundo, en uno de esos duelos que bien valen una Eurocopa. Portugal, que pasó con fortuna la fase de grupos, se enfrentará a la Polonia de Lewandowski. Cristiano Ronaldo tiene el camino más sencillo del cuadro y hay ilusión porque pueda guiar a Portugal a la final. Su gran obstáculo en el cuadro puede ser la Bélgica de Wilmots, que ante Hungría mostró todas sus virtudes: el talento de Hazard, la conducción de De Bruyne, la zancada de Carrasco, la amenaza permanente que es Lukaku, el recorrido de Nainggolan, la llegada de Witsel. El técnico Marc Wilmots dirige a una de las mejores generaciones del fútbol belga. Hasta los cuartos, a su equipo se le intuía más fútbol del que mostraba. Quizá su goleada libere a una selección sobre la que se ha llegado a sospechar. Muchos temen que nunca estará al nivel de las mejores predicciones. Al fútbol europeo no le iría mal que Bélgica dejara de ser una promesa interrumpida.

La derrota de España provoca una tristeza inmensa. No solo supone una tímida confirmación del fracaso de Brasil, sino que se intuye el fin de su imperio. La eliminación llegó producto del despiste ante Croacia y de la abdicación del campeón ante Italia. Dio la sensación de que la azzurra tenía más ganas de vencer que la selección de Del Bosque. Visto de otro modo, La Roja no le dio a Italia la importancia que se merecía. Ellos se tomaron el partido como la superación de una barrera psicológica, similar a la actitud que tuvo España hace 8 años, en los cuartos de final de la Eurocopa de Austria. Consumada su venganza, para los supersticiosos Italia pierde opciones por una razón caprichosa: todos los rivales la empiezan a temer. El duelo frente a Alemania, que remite a las leyendas de otro tiempo, es uno de los partidos más atractivos del torneo. En esta ocasión, es la Alemania de Joachim Löw la que quiere ajustar cuentas: nunca venció a Italia en un Mundial o una Eurocopa. El técnico alemán responde como si le asaltara un picor incómodo: “No tenemos un trauma con la selección italiana”. Con las dos selecciones se cumple un requisito histórico: su mejor nivel de juego ha llegado en el tramo decisivo del torneo.

Individualidades

Las aspiraciones de las selecciones se sostienen, en gran medida, en el nivel de sus estrellas. Alemania disfruta de la mejoría de Özil, del juego sosegado de Kroos y del desborde de Draxler. La aparición del joven mediapunta ante Eslovaquía fue una de las grandes noticias de La Mannschaft. Sustituye a Götze, que ha jugado todo el torneo melancólico, como si recordara que está lejos de ser el jugador que fue. En Italia se alegran de la sintonía que tienen sus dos delanteros: Graziano Pellè y Eder. Tan distintos y a la vez tan complementarios. Pellè es la amenaza en el remate y una fórmula de desahogo: su juego de espaldas ofrece grandes soluciones a sus mediocampistas. Eder es un velocista generoso y sacrificado. Tiene el desborde y la intuición de los delanteros pícaros y sabe aprovechar los servicios de Pellè. En Polonia esperan el despertar de Lewandowski. Mientras tanto, se nutren de la llegada constante de Blaszczykowski. Su rival en cuartos, Portugal, se aferra al don goleador de Cristiano Ronaldo y a sus surtidores, Nani y Quaresma.

Galés vive de la carrera y del disparo de Gareth Bale, un héroe para la nación. Arropado por un conjunto trabajador y sólido, la tarea de suministrar buenos balones a Bale es de Aaron Ramsey y Joe Allen. El Expreso de Cardiff es quizá uno de los futbolistas más determinantes de la competición. Su afición le estima tanto que hasta un pequeño pueblo ha cambiado su nombre para que coincida con el de su estrella. Bale, ambicioso, se ha convertido en el portavoz de una selección atrevida: “A la Eurocopa se viene para ganarla, no para jugar tres partidos”. Su rival en cuartos, Bélgica, debe integrar en el partido a Hazard, De Bruyne, Carrasco o Lukaku.

La selección francesa depende de la inspiración de Payet, Griezmann y Pogba. El primero es una de las grandes revelaciones del torneo: Payet encarna el dinamismo, el regate y el disparo. Pogba ofrece despliegue y un amplio repertorio de lujos técnicos. Griezmann es una garantía de peligro y uno de esos futbolistas que poseen un aura especial. Veloz, fino y atrevido, su mejor partido llegó cuando Francia más lo necesitaba. Su zurda es la mejor virtud del anfitrión. Sobre todo, ante una selección solidaria como Islandia, cuya fuerza reside en el grupo y en su resistencia defensiva. La selección del “país del hielo” está escribiendo uno de los relatos más bonitos de la competición. La belleza de Islandia no reside en su fútbol, algo anticuado y rudimentario, sino en la modestia de sus futbolistas y en el ruido de su hinchada. Un país de 333.000 habitantes, con apenas 100 jugadores que viven solo del fútbol, ha encontrado su hueco entre los 8 mejores equipos de Europa. A veces, el deporte es también una aproximación a lo imprevisto.

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Jorge Rodríguez Gascón.

NADIE ES MEJOR QUE NADIE

ANTÓN CASTRO // REGATE EN EL AIRE /

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Al Mundial no le falta emoción. Ni fervor religioso ni pasión nacional: el ritual de los himnos explica cómo se vive un torneo así. Ni le faltan esas frases que parecen levantar a un país. Los locutores argentinos, tan desmesurados, repiten aquello de “no nos morimos aquí. No nos morimos”, tras su lance con Suiza. Y el presidente uruguayo Mujica, que vive en un rancho, habla de “la manga de viejos hijos de puta” de la FIFA por la sanción a Luis Suárez. En el Mundial la emoción se revela de muchas formas: nadie es superior a nadie, nadie es favorito sin bajar del autobús y los choques, en su mayoría, se resuelven con suspense en los últimos minutos, en la prórroga o en los penaltis. El portero es de una pasta especial (lo decía Camus, Nabokov, Chillida…), es un elemento determinante: no tanto por su genialidad o por su capacidad de pararlo tanto (Neuer, Keylor Navas, Howard…), sino por su sensatez (Claudio Bravo, por ejemplo), y ahí reina un hombre tranquilo y largo que se llama Courtois. La actuación del portero –a veces puede resultar entre gracioso o patético como Sergio Romero, inferior a todas luces a Willy Caballero- contribuye a darle grandeza a las eliminatorias: pienso en Julio César. Él es uno de los líderes de Brasil: canta y gesticula como si se enfrentase,  en cada choque, a una prueba a vida o muerte. Esta, más que nunca quizá, es una competición de cancerberos.

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El Mundial tiene emoción pero poco juego. Varios equipos habían copiado el modelo español de fútbol hermoso, de toque y posesión, del Barcelona y de Guardiola y ya están fuera: Italia es el ejemplo. Y España también. Y la misma Alemania, que ha calcado el método, anda sobre el alambre. El Mundial, como la liga española o la Champions, revela que ese sistema está en crisis o que el planeta se ha conjurado para neutralizarlo: solo sirve cuando el balón circula muy de prisa, cuando la clase de los jugadores es impresionante y la presión no descansa. En cambio, este Mundial –del espray, del tiempo muerto y del ojo de halcón-, no ha traído novedades esenciales en cuanto a métodos o sistemas, a invención estricta de estrategias del juego. En cambio, sí confirma que los grandes son un poco más pequeños y más tediosos y que los pequeños, con orden, atrevimiento y mucho batallar, son algo más grandes.

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Las figuras también lo son un poco menos. Messi, decisivo, es como mínimo paradójico. Juega y corre menos que nunca, pero si engancha dos o tres buenos balones despierta del tedio y del pánico a su país. Otro tanto sucede con Muller en Alemania: es su jugador más desconcertante e imaginativo y a la vez es un enigma. Holanda avanza gracias a sus tres clásicos, Van Persie, Robben y Snejder. Francia ha resucitado un poco y mejora cuando Benzema, su gran artista, se halla a gusto. Este, por su estado de forma, debiera ser su campeonato. Los jugadores, en general, son ciclotímicos y de veleidosa moral. Se encuentran y se pierden. Se reencuentran y estallan, como le ocurre a Ángel Di María o Hazard, empecinado en ser tan refinado e imprevisible como Enzo Scifo. Por eso, por su equilibrio, por su oficio, por su sentido del gol, reina James Rodríguez. Dicen que es el más grande: quizá no lo sea aún, pero es talentoso, brillante, le acompaña la suerte y parece en estado de gracia. Como el Pelé de 1958. Con todo, Colombia, tan sólida y tan artística a la vez, tan comprometida línea por línea, se enfrentará a un equipo que ya ha acudido al psicólogo: este Brasil sobrecogido de responsabilidad y agobiado por su mal juego. Su propia estrella, tan contagiado de pragmatismo, dice que no están ahí para practicar ‘jogo bonito’ ni la antigua bossa nova del fútbol sino para ganar. La duda es: ¿cómo lo harán?

* Este artículo se publicó en Heraldo de Aragón el 3 de julio de 2014.