Portugal burló a Francia con su lentitud letal

Antón Castro / La química del gol

Se cumplió el axioma: quien perdona tanto, pierde. Los franceses sucumbieron ante el trabajo parsimonioso que elaboró Fernando Santos, tras un gol de Éder en la prórroga.

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Fernando Santos, fumador empedernido, católico y sentimental, no cree en la enfermedad portuguesa que cantan los poetas. Es de la tribu dura y airada de los parias y los estrategas. Sabía que una vez allí, en la otra ciudad de la luz (él es de Lisboa: la ciudad de la luz abierta al mundo de los navegantes), todo era posible. Hasta que se cumpliera su profecía.

Sus chicos y él habían ido a por todo y a por todas. A veces parece un tipo colérico, mal encarado, casi violento, pero se le ven detalles de paternalismo, de afecto profundo hacia sus jugadores. Los protege, les enseña el camino, los cambia de sitio, les otorga responsabilidad, como hizo con Renato Sanches o con João Mario, o con Éder, ese delantero al que nadie esperaba y que incendió Francia y las esperanzas del mundo.

Fernando Santos sabe que a los azules franceses les cuesta pensar. Los jugadores de Deschamps son prodigiosos en cuanto a condición física, parecen de acero o de hormigón armado (incluso Dimitri Payet, que lesionó a Cristiano Ronaldo), a veces no se sabe si son motos, coches o caballos, tal como pareció insinuar un anuncio publicitario anterior al choque, y llegan a arriba por pura potencia, por desmelenamiento y agresividad. El caso más claro ha sido Moussa Sissoko, un torbellino incontenible capaz de destrozarlo casi todo, que asumió no la dirección de juego, que no la tuvo Francia, sino la intensidad, el desborde, la dentellada que provocaría tarde o temprano el gol.

Antoine Griezmann ni fue el mosquetero ni el cerebro ni el principio de la revuelta necesaria: anduvo un tanto errático, sin sitio, un poco huidizo y conformista, pudo marcar de un servicio impecable de Payet, tuvo dos o tres intentonas más, pero no se puede decir que compadeciese mucho en un día imperfecto. Quizá pensó, o sintió, que debía solidarizarse con Cristiano Ronaldo, herido en una rodilla. El hombre de Madeira dejó el campo teatralmente, entre lágrimas, que ya no le abandonaron hasta que se produjo lo inesperado: el gol de Éder. El milagro de todos los torneos. El delantero de Guinea-Bissau, de origen brasileño, ratificó un viejo axioma: cuando se perdona tanto, cuando no se aprovecha la superioridad y falta el autentico coraje, el sentido histórico y el orgullo del campeón en casa, el rival apuntilla. Y humilla a todo un país. Portugal, que había hecho poco y había resistido mucho, sentenció con una jugada espléndida. No se puede decir que Portugal haya jugado mejor que Francia. No. Pero quizá sí se deba decir. Fue más inteligente en sus limitaciones, empleó mejor sus armas, emborronó el juego cuando y cuanto quiso, lo volvió denso, insustancial y opaco, se abrazó a su extraordinario portero y le dio alas a Nani, que ha sido su mejor jugador con Rui Patricio. Francia quiso un poco, solo un poco, y se desfondó. Tuvo algunos arreones pero siempre fue un equipo demasiado impersonal, desarmado de claridad, un quiero y no puedo. Portugal se abrazó a sus certezas: los defensas Fonte y Pepe, sintió que William Carvalho, sin brillantez ni estridencia y sin errores, hizo su trabajo inmisericorde y gris, barrió su media luna y el centro del campo con serenidad y astucia. Santos intuyó que Quaresma está en el fútbol para lograr un milagro y que João Mário es ese jugador tranquilo y vibrante, de oficio, que alarga al equipo. Es sobrio, técnico, con sentido coral, que adormece al adversario. João Mário se vació para que Portugal fuese como un narcótico para Francia: el colectivo luso sobrevivió con agotamiento y ejecutó por aplastamiento.

Este partido lo hemos visto muchas veces. Portugal obtuvo el gran premio y Francia decepcionó: si a veces le sobró pundonor, le faltó auténtico corazón, aceleración y compromiso. En el fondo, le faltó fútbol y el verdadero ritmo que conduce al gol. Deschamps nunca se percató de que Francia carece de fantasía: no hay ingenio ni sutileza que alimente a sus atletas.

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(*) Este artículo se publicó en Heraldo de Aragón el lunes 11 de julio de 2016.

 

En el fin está el principio

Antón Castro / La química del gol

España tendrá que rehacer su bloque y su estrategia a partir del legado de Del Bosque y Luis Aragonés y de la apuesta por la renovación de los futbolistas

iniesta y silva

Los dos centrales de la selección española, Piqué y Sergio Ramos, tan distintos en el campo y fuera de él, han evaluado el fiasco de España de manera distinta. Piqué, que fue uno de los mejores futbolistas españoles con De Gea e Iniesta, dijo que el nivel del equipo es menos competitivo. Y Sergio Ramos, que no ha estado a la altura de su calidad, observó que es muy fácil criticar ante la televisión, con una bolsa de papas. Y quizá los dos tengan razón. Criticar, expresar la decepción, hallar defectos es relativamente fácil, y quizá no sea injusto hacerlo. Fútbol es fútbol.

España empezó bien y sin gol, mejoró ante Turquía y se desvaneció poco a poco aunque sin alcanzar la triste pesadilla de Brasil: se confió en exceso ante Croacia y no tuvo ni la intensidad ni la inteligencia ni el arrojo para pelear con Italia. Piqué tiene razón también y acaso lo más triste y decepcionante sea que España flaqueó pronto y se desangró en dudas y en perplejidad.

La actitud española fue el mejor campo de ensayos y el mejor estímulo de Italia, que no había sospechado aún que estaba tan bien e incluso que sus jugadores de ataque eran mejores de lo que decía la prensa. Todos habíamos ensalzado la línea de atrás, su resistencia, su dureza y su sentido táctico, Buffon, Barzagli, Bonucci y Chiellini, que suman más de 130 años, pero sus delanteros, Eder y Pellè, o sus centrocampistas Florenzi, De Rossi, De Sciglio y Giaccherini estuvieron a un gran nivel. Interiorizaron la consigna, asumieron la estrategia, tan elaborada en los días previos por Conte, e hicieron su trabajo de manera excepcional. Querían la ventaja psicológica del dominio inicial y decidieron avasallar a los nuestros, que ni respondían con carácter ni alcanzaban a leer los labios o los gestos de Del Bosque.

España no podía pensar ni recibir el balón: debía moverse en las aguas del estupor y el desconcierto. Y así fue. Los españoles perdieron el balón y se desdibujaron el bloque y los solistas. ¡Qué lejos quedaba la escuela de baile de antaño que fatigaba al más pintado! Los españoles llegaban unos segundos más tarde a todos los balones, diezmados de fortaleza, huérfanos de intención y profundidad. Superados. No había conexión entre las líneas, el esquema saltó por los aires y el balón era toda una quimera. España lo veía correr como un fantasma que huye y los italianos se crecían aún más y generaban muchas ocasiones.

Que España no defendía bien lo sabemos desde que se fue Puyol. Él sí tenía madera de líder. Como la tenía Xabi o el mismo Xavi, el cartabón de todos los pases. Pese a todo, esta España no era tan mala ni debió serlo. Había buen equipo, excelentes nombres, futbolistas contrastados en Europa y en las mejores ligas, pero también hay jugadores que no acaban de rendir, que en la selección pasan un poco inadvertidos o resultan intercambiables.

Ejemplos: Thiago Alcántara, que estaba llamado a ser el sustituto de Xavi, pero que parece estancado por sus lesiones y por su nueva forma de jugar, adocenada, de menor riesgo y sin fantasía. Ejemplos: Koke, que parecía que iba a ser el gran centrocampista del futuro y también se ha varado. Y parece que ya dicen sus últimas palabras jugadores como Casillas, Cesc y Silva. Silva, admirado por doquier y tan necesario, tiene algunos defectos que menguan su calidad: le cuesta una eternidad disparar, asumir un poco de liderazgo, es discontinuo y eso rebaja su genialidad.

La estela de Del Bosque 

Cesc es intermitente y blando: ahora solo parece un obstáculo –se desvanece en los choques de altura, trabados– para la llegada de los nuevos centrocampistas que están llamando a la puerta, Saúl Ñíguez, sobre todo. En esta Eurocopa quizá se debiera haber probado en partidos específicos con el doble pivote, con Bruno Soriano o Koke junto a Busquets, para dar equilibrio y consistencia en la contención y en la creación, y quizá debió disponer de más minutos Lucas Vázquez, más desequilibrante en este momento que Pedro. Atrás, el voluntarioso Juanfran pudo haber cedido, de cuando en cuando, el carril a la centella Bellerín.

Vicente del Bosque ha cumplido una etapa. Ha sido brillante y generoso. Ha dejado una estela de excepcionalidad, sabiduría y títulos. Lo ha hecho muy bien hasta Brasil y Francia. Da la sensación de que ahora ha perdido la autoridad, su luz o el amor propio tan necesario, ha cedido el carisma, y de que debe empezar un tiempo nuevo. Nada será igual, desde luego, pero también es el momento de plantearse nuevos retos y de avanzar sobre las adecuadas bases del pasado: sin drama, sin victimismo y sin renunciar del todo al espíritu y a la plasticidad del fútbol más hermoso.

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(*) Este artículo se publicó en Heraldo de Aragón el miércoles 29 de junio de 2016.

 

Ibrahimovic, el delantero que quiso ser leyenda

Antón Castro / La química del gol

El extraordinario ariete sueco, uno de los nombres más pregonados de la competición, dijo adiós a la Eurocopa y a su selección tras caer eliminado ante Bélgica. 

zlatan ibrahimovic

Zlatan Ibrahimovic, uno de los mejores futbolistas europeos de todos los tiempos, se va de la Eurocopa por la puerta falsa: Suecia cayó eliminada, perdió por la mínima ante la Bélgica de De Bruyne y Hazard y él, que ha estado en el torneo con más pena que gloria, ha anunciado que abandona la selección. No es la primera vez que lo dice y lo hace: lo hizo dos veces y regresó, aunque ahora avanza hacia los 35 años. Ganador de todas las Ligas en las que ha participado –Holanda, Italia, España y Francia-, su paso por el combinado amarillo ha sido demasiado discreto para quien se ha considerado “el Dios del fútbol” y “el mejor futbolista del mundo”. Heredero de Van Basten, que le recomendaba que jugase para él y que lo consideró un maravilloso espectáculo de 1.95 metros, y de su paisano Henrik Larsson, pasará a la historia como uno de los personajes más peculiares de este deporte: en la línea de George Best, Paul Breitner, Di Stéfano o Paul Gascoigne, por citar algunos nombres.

Hijo de una familia de emigrantes bosnio-croatas, con seis hijos, nació en Malmö, Suecia, en 1981 y fue un muchacho de la calle, al que le apasionaba violar la ley por pura diversión. Fue ladrón de bicicletas, desvalijaba coches y le encantaba exhibir sus puños; las peleas, de un modo u otro, han formado parte de su vida. Parecía ir para púgil de boxeo o para campeón de artes marciales, pero también jugaba al fútbol. Vieron lo que hacía, regates y disparos increíbles, y lo llamaron. De inmediato demostró sus habilidades: tenía una elasticidad de gimnasta, mucha técnica y era capaz de marcar tantos de fantasía. De infantil o de juvenil ya poesía las virtudes que lo harían famoso. Empezó en el Malmö, pero no tardó en dar el salto al Ajax, donde tendría de entrenadores a Ronald Koeman, a Van Basten, que fue su referencia y su mejor consejero, y a Louis Van Gaal, a quien le destinó su insolente locuacidad: “Es un dictador sin sentido del humor”. Tenía tanta personalidad que increpaba a sus compañeros por sus fallos.

Siempre fue un tipo divertido y a la vez difícil, admirador de Cassius Clay y de su ingenio verbal, pero también de un narcisismo insoportable y a menudo grotesco y violento. Allá donde ha ido lo ha dejado claro: con él delante (como dijo Jorge Guillén del encanto de Federico García Lorca), no hacía frío ni calor, solo hacía Zlatan Ibrahimovic. Su carácter es tan poderoso e irreductible que en 2012 la Academia Sueca de la Lengua aceptó el neologismo “zlatanear”, que significa “dominar con fuerza”. Ibrahimovic no ha pasado inadvertido en ningún equipo: jugó dos campañas en la Juve y logró dos ‘scudettos’, de los que fue despojada la ‘Vecchia Signora’ por compra de partidos; pasó al Inter y logró tres ligas más y otros torneos menores. Y en 2009 dio el salto al Barcelona de Pep Guardiola, con quien no se entendió. En sus memorias, ‘Yo soy Zlatan Ibrahimovic’, abundó en el binomio Mourinho-Guardiola de este modo: “Para Mourinho yo estaba muerto. Él es excepcional, muy inteligente y un motivador increíble. Guardiola daba discursos filosóficos en el vestuario, pero eso es mierda para estudiantes superiores”, y al entrenador del Barcelona, al que amenazó en un ataque de furia que hasta al propio Ibrahimovic le hubiese dado miedo (así lo confesó), le reprochó en una ocasión: “Soy un Ferrari y me conduces como un Fiat”. Por cierto, cuando llegó a Barcelona en 2009 no pudo traer su flota de automóviles, trece del máximo nivel entonces, pasión que comparte con su esposa Helena Segner, una experta en marketing, once años mayor que él.

En Barcelona solo permaneció una temporada, se marchó al Milan, al que hizo campeón de liga, y, tras dos temporadas, fichó por el Paris St. Germain, donde obtuvo cuatro títulos consecutivos y los trofeos de máximo goleador. Se despidió poco antes de la Eurocopa con algunas frases antológicas: dijo que Francia era “un país de mierda”, observó que  “me quedo si sustituyen la Torre Eiffel por una estatua mía” y ensayó un feliz epitafio: “Vine como un rey, me marcho como una leyenda”. Eso sí, con ninguno de sus equipos logró ganar la Champions.

Con Suecia debutó en 2001, y participó en dos Campeonatos del mundo: en 2002 y en 2006, y en las cuatro últimas Eurocopas. En 2008, cuando España inauguró su senda de gloria, la Roja se midió a Suecia; ganaron los nuestros e Ibrahimovic marcó el gol escandinavo. A propósito de esta competición, pronunció una de sus frases más egocéntricas: “Yo no iría a una Eurocopa en la que yo no participase”.

Verlo jugar es un abonarse a la sorpresa y al asombro. Es un rematador excepcional que ha dicho: “Si quieren pararme, tendrán que matarme”. Ha marcado goles de todas las facturas: de tacón, de trallazo impresionante, de penalti (también ha fallado algunos, impulsado por su vehemencia), de falta, de cabeza o tras una cadena de regates inconcebibles. Es profundamente egoísta y a la vez genial, tiene raptos de locura y agresividad (ha zurrado porque sí a Antonio Cassano y a Rodney Strasser, entre otros,) y es un mandón que logra que sus compañeros, por afecto o por intimidación, se pongan bajo su protección. En las redes sociales circulan resúmenes de sus goles y parecen a veces arabescos de mago, de volatinero o de trapecista, porque se mueve como nadie en las alturas. Al fin y al cabo, no solo es Dios, sino “un gran hombre de fútbol, un campeón”, como lo ha definido el belga Eden Hazard.

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*Este artículo se publicó en Heraldo de Aragón, el viernes 24 de junio de 2016.

 

España no intimidó a Croacia

Antón Castro / La química del gol

españa vs croacia (líbero)

Los balcánicos dieron la vuelta al gol de Morata (1-2) y dejaron en evidencia la lentitud española. El equipo de Del Bosque, que repitió alineación, fue víctima del cansancio y del desorden.

Que Croacia no es Chequia ni Turquía ya se sabía. Todos teníamos claro que iba a ser un partido exigente que calibraría con mayor seriedad las posibilidades de España. El choque empezó con demasiado descontrol: ellos, que habían dejado a algunas figuras en la banqueta, salieron con empuje y dinamismo, dispuestos a subir y colgar el balón de inmediato. Y España asomó un tanto fría y lenta: en poco tiempo se encadenaron fallos, más o menos leves, de Piqué, de De Gea, de Sergio Ramos y de Busquets. A la Roja le costaba encontrar el ritmo y la posesión, y los croatas parecían no echar en falta a su líder Luke Modric, el cerebro.

Estaban tan seguros los balcánicos de su juego y de su energía que Iván Rakitic se desplazó a la derecha dispuesto a penetrar por la banda y listo para detener los avances de Iniesta y sus flechas, Alba y Nolito. De repente, David Silva, el mago Merlín, cogió un balón y encadenó varios amagos hasta que dejó un balón inesperado y sutil, un milimétrico pase interior a Cesc Fábregas: este tocó, envió el regalo a Morata y el ariete marcó con la izquierda.

La jugada fue todo un prodigio de precisión, de sutileza y de confianza. Silva demostró ahí porque es tan bueno y porque se le considera el ‘Messi’ de la selección. El canario se entusiasmó, se sintió a gusto e importante y creó varias ocasiones, incluso se permitió lanzar un balón envenenado desde lejos, él, a quien tanto le cuesta soltar la pierna.

España desarboló a su rival durante quince minutos: con el balón en la bota, no tenía adversario y los croatas parecían condenados a correr y correr. Rog, Srna y el joven Jedvaj se defendían como podían, pero España perdió precisión, adormeció el ritmo, suavizó su ambición y Croacia empezó a jugar mejor. Avanzaba por los costados y por el centro. Empezó a dominar y a meter el miedo en el cuerpo. Poco a poco, ante el paulatino despiste de los nuestros y la evidente  desaparición de Iniesta, fundido e intrascendente, de Silva, de Fábregas, se adueñaron del partido comenzaragon a exhibir un balompié de impacto rápido. Vertical.

España daba muestras de desconcentración y de despiste y, sobre todo, de lentitud. Esa tónica en realidad se mantuvo casi siempre. Anoche ni la suerte estuvo con los españoles: Sergio Ramos falló un penalti que no fue y Piqué tuvo que emplearse muy fondo. Corrigió el vacío de Juanfran y se mostró majestuoso, incluso estuvo a punto de detener el disparo letal de Ivan Perisic, que no paró de husmear el área española todo el tiempo. España era una perfecta desconocida: sus virtuosos se habían desconectado. Los cambios no fueron determinantes: Aritz Aduriz sustituyó a un pendenciero ayer Morata, Bruno Soriano aportó solidez al centro del campo y el cambio de Thiago Alcántara, para controlar el balón, no sirvió de nada.

Croacia se mostró como un gran conjunto. Vibrante y pundonoroso, con fe en sí mismo, que no se asusta de un resultado adverso y que sabe muy bien a lo que juega. No se amilanó ante el nombre del España. Asfixió su centro del campo y le puso dos o tres marchas más de velocidad al juego y mostró orientación y capacidad de despliegue y repliegue. El resultado adverso condena a los nuestros al mayor esfuerzo: deberá tumbar a Italia para seguir y, en ese caso, debería enfrentarse a Alemania o Francia. España careció de fluidez, de un poco de soberanía y orden en defensa, control en la media, y le faltó una buena transición de balón y velocidad. Se ha metido en un pequeño atolladero y volverá a enfrentarse a Italia, que tiene unas cuantas cuentas pendientes con Del Bosque y sus chicos.

Al técnico español, por una vez, y desde luego a posteriori, cabe reprocharle que no haya dado descanso a sus estrellas. A Iniesta, que hará mucha falta en el futuro. A Cesc. A Silva. Al propio Ramos. Los croatas sí lo hicieron. Y quizá haya que reprocharle que aún no ha entrado en acción otra arma necesaria en ataque: las carreras, los centros y la frescura de Lucas Vázquez.

El resultado de ayer dejó otro sinsabor: España perdió su poder intimidatorio y se reveló frágil.

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*Este artículo se publicó en Heraldo de Aragón, el miércoles 22 de junio de 2016.

La Roja jugó como antaño y deslumbró

Antón Castro / La química del gol

El combinado nacional recuperó las sensaciones, la efectividad y el brillo de sus mejores días ante Turquía

Hay jugadores que tienen talismán. O un espíritu aliado en algún lugar del universo y de la imaginación. Y el caso es Nolito, un futbolista que es puro tesón, insistencia, trabajo, convicción en su disparo; está tocado por el relámpago de la suerte y protegido por su abuelo Manuel. Y algo así sucede con Morata: encarna la calma, la generosidad y el sacrificio. Domina el desmarque y el control sobre sí mismo: parece desplegarse como un molino de aspas inabordables y solo se le puede detener con una falta táctica. Siempre está implicado y golea. Ayer lo hizo por partida doble y se permitió el lujo de correr más de 50 metros en la recuperación de un balón.

 Turquía, al principio, no quiso repetir la estrategia de Chequia y decidió estirarse, salir al venenoso contragolpe y engancharse a la ambición y la dirección de Arda Turan, desaparecido y desubicado este año en el Barcelona y odiado por la grada. Esta España otra: a veces tiene leves lagunas, parecen faltarle medios que sepan regresar, pero ha recuperado no solo el pentagrama que le llevó a la victoria con Luis Aragonés y Del Bosque, sino la confianza, la paciencia, la brillantez y el vértigo en la elaboración. Algunos de sus futbolistas han recuperado las certezas de antaño: saben que poseen recursos, ese fútbol trenzado y preciosista, de caligrafía y toque. España cuenta con dos auténticos puñales por las alas. A Nolito le dobla Jordi Alba; a Silva, Juanfran Torres. Y los dos se aplican, insisten, multiplican el peligro y el desconcierto de Turquía. Ayer, sus laterales, con o sin coberturas, estaban rebasados.

Los turcos habían salido a por todo. Con rudeza, con ganas de sorpresa pero España se encontró con dos tantos de sus dos grandes apuestas: Nolito sirvió al templado Morata y este puso a fin a su ansiedad goleadora, un poco a la manera de Piqué. Y luego fue el  propio Nolito que aprovechó un servicio de Cesc Fábregas y un fallo defensivo. En ese instante, el gaditano miró más allá del cielo y de la tierra. La noche en Niza era tan hermosa que resultaba casi inconcebible. En la mejor jugada del partido, iniciada de nuevo por la maestría de Andrés Iniesta, Morata amplió la ventaja. Este jugador posee olfato, todo un surtido de recursos, hambre de gloria y una madurez impropia de sus 23 años. Lo anunciamos aquí hace unos días: con un poco de suerte y este nivel de los chicos de Del Bosque, Morata podría ser uno de los héroes de la Eurocopa de París.

Si España jugó bien o más que bien ante la República Checa, ayer estuvo a un nivel impresionante en todas sus líneas. Sólida en defensa, con un Piqué de nuevo majestuoso y muy atento a todo, es uno de los líderes absolutos del equipo y está en un estado de forma impresionante. Con Busquets seguro y preciso, el mejor mediocentro de la tierra, que cataliza cualquier balón y lo atrae con magnetismo; Fábregas se alió muy bien con los dos magos, Silva, delicado y artista, e Iniesta, que volvió a impartir una lección de aplomo, pausa y visión. Con este futbolista se acaban los adjetivos incluso en sus días más normales. Es el intérprete ideal de cualquier choque, se disfraza de plasticidad y armonía.

Una de las aportaciones fundamentales ha sido la presión de los españoles. Han recuperado el balón muy arriba y ha seguido la pauta del mejor Barcelona. Otra novedad importante ha sido la incorporación de Bruno Soriano: el zurdo y capitán del Villarreal es un espléndido jugador de club, dirige, acompaña y es serio, comprometido, con experiencia, y será de mucha ayuda a Busi; por ahora, Koke aún no ha demostrado en la selección todo su potencial. Le seguimos esperando. España se ha clasificado ya por sus propios méritos. Si invitar al triunfalismo, se puede decir que es quien mejor ha jugado hasta el momento. Y casi llama la atención la felicidad de Íker Casillas: si había algún temor a que fuera el futbolista tóxico, en absoluto. Acepta su suplencia y se siente rabiosamente feliz. O liberado.

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* Este artículo se publicó en Heraldo de Aragón, el sábado 18 de junio de 2016.

Iniesta, el artista sencillo de España

Antón Castro / La química del gol

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Enrique Costas fue un medio del Celta, del Barcelona y de la selección de los años 70, que rivalizó con Violeta, ‘el león de Torrero’. Definió así a Andrés Iniesta (Fuentealbilla, Albacete, 1984): «Es casi imposible saber qué es mejor, futbolista o persona. De hecho, es un detalle irrelevante. Es un número uno en todo». Luis Suárez, el centrocampista del Barcelona y del Inter y el diez inolvidable que ganó la Eurocopa de 1964, fue así de sutil: «Lo que hace con el balón siempre es trascendente». Eusebio Sacristán, centrocampista de talento y entrenador, ensayó un preciso retrato futbolístico: «Es imaginación, técnica depurada, habilidad, manejo del espacio, manejo del tiempo, visión periférica, intuición. Disfruta jugando y lo hace con una sencillez y naturalidad que emociona».

La maravilla de ser y jugar

Podríamos seguir buscando citas y opiniones, pero casi todas coinciden: Lionel Messi ha afirmado que «Iniesta lo hace todo bien, disfruto viéndole jugar y entrenando con él»; Marco van Basten, el Nijinsky del área, dijo que era más importante en el juego del Barcelona que el citado Messi, Suárez o Neymar. Todos se rinden a su talento: en Francia, tras la victoria española del lunes y su recital, sus compañeros dicen que encarna «la maravilla» y que jugar a su lado «es excepcional».

Podría parecer una exageración acerca de un juego que pasa del suelo al cielo, del infierno a la rutina o al sueño inefable. Lo que sucede es que Iniesta es distinto: es de otra química. Es, antes que nada, un ser humano especial: cuidadoso con todos, humilde sin afectación, el enigma dulce, detallista y tocado por una sencillez que le concede carta de naturaleza para ser el elegido. El elegido para marcar el impresionante gol de Stamford Bridge ante el Chelsea de un inapelable y milagroso trallazo; el elegido para culminar el sueño de toda una generación en el minuto 116 en Sudáfrica, cuando la Roja se coronó campeona del mundo, y rendir homenaje a su amigo, y rival en el Español, Dani Jarque, fallecido hacía no demasiado tiempo. Iniesta es el elegido en las grandes ocasiones: recuerden, entre decenas de tardes y noches de emoción, su gran partido ante los gigantes del Sevilla o Chequia.

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Iniesta es algo más que un futbolista especial: es el jugador natural, hermoso de ver, el virtuoso grácil o tal vez místico, el director del choque que él, con sus gestos y con su cambio de ritmo, con su melodía escondida y su sentido de la pausa, convierte en un concierto. Es el artista inspirado y sutil, sencillo, que no precisa aspavientos. Impone, sin violencia alguna, suavidad y armonía y aceleración. Su cabeza erguida vislumbra más allá de lo visible. En el choque ante Chequia hizo lo que había que hacer. Arriesgó, esperó que sus compañeros se escalonasen en ataque, escondió el balón, lo subió, lo sirvió a su extremo o a ese vendaval entusiasta y a veces desordenado que es Jordi Alba. Y salía con media sonrisa de los obstáculos: tumbaba checos el lunes como había sorteado sevillistas días atrás. Sirve, pica, pincha o profundiza con su regate depurado. Desborda con la derecha hacia la izquierda, recoge con la zurda y ofrece el pase letal. Y ese proceder, que hace pensar en Michael Laudrup, se llama «el regate de las cuerdas». Todos saben que va a hacer eso, ah, sí, es cierto, pero, ¿en qué instante o centésima de segundo lo hará con la perfección máxima?

La empatía  y fervor del público

Andrés Iniesta debutó en la selección en Albacete contra Rusia en 2006. A los 22 años. Y ahora, 10 años después, con el 6 a la espalda, está mejor que nunca. Posee sabiduría, exquisitez, sentido del juego, elegancia y, lo que aún es más importante porque exalta su modestia y su condición ejemplar, corre como un adolescente o un principiante. Ante Chequia dio el 91 % de pases bien; si tenemos en cuenta que son trazos límpidos y profundos es fácil de asimilar su compromiso y su apetito de mejora. El fútbol no solo es de magos silenciosos como él, único en la historia probablemente, sino de gladiadores que ayudan en la retaguardia y él se pone el mono de faena como el que más. Ha aprendido a hacer faltas tácticas. Este año quizá haya sido uno de las campañas más exigentes en cuanto a esfuerzo.

No ha acusado los 32 años ni más de doce temporadas al máximo nivel. Al contrario. Ahora mismo es el jugador español que posee más títulos, 31, que ha sido coronado aquí y allá y que tiene el favor y el fervor del público. Y a él, como arquitecto de espacios y malabarista tranquilo, se agarran Del Bosque y España para presentar su candidatura a todo. Andrés Iniesta posee otro don: la empatía con el balón, que se humaniza ante él y se siente su amigo más inseparable.

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* Este artículo se publicó en Heraldo de Aragón, el miércoles 15 de junio de 2016.
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Foto 1: amazona.news.com. Foto 2: goal.com

España recuperó la sensatez y ganó

Antón Castro / La química del gol

españa gana a la rep. checa

El equipo de Del Bosque dominó de principio a fin y cerró el choque con un gol agónico de Piqué. La Roja exhibió posesión, calidad, continuidad y fantasía, pero también sus carencias ante el gol.

España ha vuelto. Y de qué modo: con serenidad y paciencia, con esfuerzo y carácter, con recursos de antaño y aún justo de gol, ante un elenco rocoso como Chequia que sabía cómo jugar: encadenado a Cech, encerrándose y esperando una salida vertiginosa o el golpe intimidatorio de un saque de esquina, donde sus gigantes podrían cazar al vuelo. El más que correcto partido de España se inició en la sensatez de Del Bosque: eligió bien en el marco al inclinarse por De Gea (resultó bonito el prolongado abrazo de Jordi Alba), dio confianza a Cesc, apostó por Nolito y Morata arriba, y los demás fueron los esperados.

El combinado español pronto demostró que se sabía la lección y que hay ilusión, entrega y partitura. Salvo dos lanzamientos de esquina, Chequia apenas compareció: su estrella Rosicky solo defendía, perseguía el balón e intentaba taponar a Juanfran o a Silva, que, algo lejos de su mejor nivel, ofreció pases milimétricos.

España jugó con seriedad en todas las posiciones: los laterales fueron profundos y generaron  juego, algún desborde y centros interesantes; los centrales dieron sensación de seguridad y de aplomo, afinaron el pase y combinaron con eficacia. Buscaban el enlace con los pivotes Busquets y Cesc (Busi es el ancla, el observador y el coche escoba; Fábregas busca su sitio en el entorno de la media luna rival), y tuvieron arrestos para ir al ataque.

Cuando no aciertan los arietes, los dos, Piqué y Ramos son una alternativa por alto, por su capacidad de remate, y por abajo, por su insistencia y su determinación. Y por dentro, se mueven los dos directores de juego: Silva e Iniesta. Silva alcanzaba su partido número 100 y estuvo a buen nivel, en el costado derecho. Generó ocasiones, sirvió un gol cantado a Morata, buscó la triangulación en corto de patio de colegio y usó ese toque primoroso con el que fabricó peligro y sorpresa; enchufado en un vehemente inicio de la segunda parte, falló la mejor jugada de la selección por poco, en la que volvió a ejercer de asistente Iniesta.

El 6 de la Roja es un futbolista increíble: resulta liviano, parece encerrarse en jardines sin salida, y sale y juega en profundidad y desborda con esa sutileza o gracia difícil de definir. Apenas pierde balones, sortea gigantes con un gesto de cadera, se ovilla sobre sí mismo y encuentra rutas, desfiladeros o puntos de fuga con la cabeza erguida. Si el fútbol posee algún atributo excepcional ligado a la maravilla o el asombro, Iniesta lo encarna a la perfección, sin ínfulas, con la suavidad de alguien que es de este mundo y parece de otro. El fútbol con Andrés alcanza otra dimensión. Garbo, malabarismo y deslumbramiento, incluso cierta espiritualidad.

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El partido fue trabajoso. Desde el principio. Los españoles dominaron hasta el agobio: la República Checa llegó a defenderse con una línea de 5-4-1 y con un doble muro 5-5. Y a esa empalizada, España le buscó soluciones, y a veces las encontró sin la deseada fortuna. Dominó de principio a fin. Nolito fue más pugnaz que brillante o incisivo, no desbordó con nitidez casi nunca, pero lo intentó, y buscó el regate hacia afuera para acomodar su preciso disparo, que ayer se le negó.

Y Morata no estuvo fino en la línea de gol, marró dos oportunidades claras, pero se escurrió a las bandas, controló muy bien el balón, exhibió desmarque e intención y evidenció una madurez indiscutible. Con un poco de suerte, será uno de los delanteros del torneo. Le sustituyó Aduriz, que intimida todo el tiempo.

Aduriz y Morata se complementan: pueden jugar juntos y a la vez el uno es el recambio perfecto del otro. España venció agónicamente, sí, pero demostró también que ha recuperado sensaciones, ambición, rasmia, instantes de preciosismo e incluso seguridad en sí misma como bloque. Entereza y constancia. Faltó gol, hay que mejorar el ritmo, acelerar el juego cuando los rivales se encanallan atrás, y hay que combatir, y sobreponerse, una cierta tendencia a la inmovilidad, a la pereza y al conformismo.

Del Bosque estuvo correcto con los cambios. No modificó en exceso su método y creyó en él. Respiró hondo cuando llegó el tanto de justicia poética de Piqué. También el míster necesita espantar fantasmas, insidias, dudas y la mala sombra de Brasil 2014.

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*Este artículo se publicó en Heraldo de Aragón, el martes 14 de junio de 2016.

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Foto 1: andina.com.pe. Foto 2: amazona.news.com

CRUYFF, EL HOMBRE ORQUESTA

Antón Castro // Regate en el aire

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[Ha muerto Johan Cruyff (1947-2016), uno de los más grandes futbolistas de todos los tiempos. Podría ser ‘el holandés volador’ (en recuerdo de un gol que le marcó a Miguel Reina), el jinete eléctrico, por su forma de jugar, marcada por la versatilidad, los cambios de ritmo, el cambio constante de posiciones y su visión…Y también fue ‘el hombre orquesta’ allá donde estuvo: en el Ajax, en el Barcelona, en el Feyenoord o, por supuesto, en la gran selección holandesa de los 70, aquella de: Jongbloed; Suurbier, Haan, Rijsbergen, Krol; Jenssen, Neeskens, Van Hanegem; Rep, Cruyff y Rensenbrink. Cruyff encarnó como futbolista y como entrenador eso que bien podría llamarse «el fútbol de autor» o «el fútbol como una de las bellas artes». Hace algún tiempo escribí este texto sobre él.]

CRUYFF, EL HOMBRE ORQUESTA

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El fútbol moderno nació con Johan Cruyff. Más que con Pelé o con Di Stefano, que fue su precursor. Encarnó al futbolista dinámico e imparable que no se acomodaba a ninguna posición. Todo le iba bien: entraba por el centro, por la derecha, por la izquierda, era como una flecha de vértigo en el contragolpe, el director de música y el ejecutante de la sinfonía de un partido. Al principio, aunque le habían visto limpiar las botas, recoger las pelotas y colocar los banderines, desconfiaban de su físico enclenque, pero a menudo la gente se agolpaba en los campos o en el descampado para verle controlar el cuero.
Era filoso como un abeto sin ramas. Lo hicieron debutar en el Ajax, y pronto lo convirtió en el mejor conjunto de Europa y del mundo, y desarrolló una sociedad pública de espectáculo basada en “el desorden organizado”. Con el Ajax ganó tres Copas de Europa consecutivas, en 1971, 1972 y 1973.
En 1974, el mundo quedó estupefacto ante Holanda: todos atacaban y todos defendían, y Cruyff, que golpeaba como nadie con el efecto exterior y que cambiaba de ritmo y aceleraba como si tuviese un mecano en las piernas y en el corazón, fue el artífice, el mago, el estilete. Poseía talento, sed de triunfo, carisma y una visión del fútbol incomparable: Cruyff, acaso más que Alfredo Di Stefano incluso, jugaba y hacía jugar. Y aquella Holanda que estremeció el mundo fue bautizada como “la naranja mecánica”: practicaba el fútbol total. Atacaban todos, defendían todos, había un constante intercambio de posiciones. Los holandeses perdieron la final ante Alemania, aquel día en que a Cruyff le hicieron un penalti a los 50 segundos. Los holandeses eran los chicos modernos del fútbol, fumaban tabaco y droga, bebían lo suyo y se divertían con mujeres en las piscinas del hotel. Y eso hicieron la víspera de la final. Perdieron. Salieron las fotos del escándalo en la prensa. Y Cruyff le prometió a su mujer que nunca volvería a la selección de Holanda. Cuatro años después, los holandeses jugaron la final ante Argentina y también cedieron ante el equipo de Kempes. Cruyff ya no jugó.
Estuvo en el Ajax, en el Barcelona, en el Levante, en el Feyenoord. Y creó el ‘Dream Team’ del Barcelona: cuatro Ligas consecutivas, la primera Copa de Europa, y una forma de jugar basada en la posesión, en la velocidad y en la precisión de los rondos. Solía decir: “Salid al campo y divertíos”.

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(*) El texto apareció en Los domadores del balón, editorial Eclipsados.

CANTERA DE CAMPEONES

Regate en el aire / Antón Castro

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El Real Zaragoza de este año ha sido un quiero y no puedo, pasó del sueño al desconcierto, rozó la agonía en busca de un sexto puesto y luego rondó el milagro. Vivió un espejismo inesperado: habría sido maravilloso para todos que subiese a Primera, donde tiene que estar. La nueva campaña ya se presenta como un nuevo desafío, otra batalla del ser y no ser en la que lleva inmerso el club casi una década. Cerrar la plantilla será toda una odisea y un ejercicio de funambulismo. Quizá debiera, además de solucionar este asunto nuclear sometido al tope salarial, iniciar una nueva política de cantera; en los tiempos que vivimos y en los que viviremos, no habrá otra. Al fútbol se le ha consentido lo que a ningún colectivo social, y en él han anidado distintas formas de corrupción y envilecimiento. El RZ tiene que apostar –si fuera para siempre mejor; si no, a medio y largo plazo- por generar jugadores, por la sensatez, que aquí es osadía, por desarrollar una poética de buen fútbol que es la que han tenido los grandes conjuntos –los Magníficos, los Zaraguayos, los de la Recopa, los de la Copa del Rey y Supercopa…- y educar a sus jugadores en una opción moderna, crear buenas estructuras, transmitir la idea de que se trabaja para formar un equipo de máxima categoría y cuidar todos los detalles. Es necesario un buen coordinador general, o varios, entrenadores de categorías inferiores que asimilen, y definan, lo que se quiera hacer. Es necesario crear un modelo de convivencia, de respeto, de cariño a los colores y a la historia, crear fórmulas de ambición, paciencia activa, competitividad, exigencia y confianza. Las categorías inferiores serán la llave el primer equipo, que se completará con otros fichajes. Será necesario que la afición –tan apasionada e individualista, como dice el forofo José Luis Melero, tan necesitada de referentes propios y a la vez tan reticente a creer en ellos- eche una mano definitiva. Todo debe empezar por fundar una cantera de campeones y creer en ella ciegamente: mimarla, exigirle, darle paso. Atreverse. Es la llave del futuro: de una empresa coherente y de un juego reconocible, el nuestro.

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VOCABULARIO DE ONCE CONTRA ONCE

ANTÓN CASTRO // REGATE EN EL AIRE /

sensei_630x354_zweiteilungNeuer-Romero. El alemán, cancerbero del Bayern, es uno de los mejores de Europa: va bien por arriba y por abajo, tiene grandes reflejos y está tan atento que asume la condición de libre por necesidad. ‘Chiquito’ Romero pasó de estar cuestionado a ser un héroe. Es un meta irregular que no es titular en el Mónaco. Ha ido de menos a más.

 

2_2972872kLahm-Zabaleta. El capitán de la selección y del Bayern es uno de los jugadores más finos de Alemania y un líder. Impecable arriba y abajo. Zabaleta es un lateral fuerte, pugnaz, voluntarioso, un tanto deslavazado. Pragmático, se va arriba con más empeño que clase.

 

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Garay-Boateng. Dos centrales parejos: intensos, van bien por arriba, difíciles de desbordar, atentos.

 

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Hummels-Demichelis. No tienen nada que ver. El germano ha sido comparado con Beckenbauer: es elegante, saca el balón jugado y tiene personalidad. Algo lento en el uno contra uno; cabecea de maravilla. Demichelis es un veterano que intenta cumplir partido tras partido. Es más duro que elástico, más constante que rápido. Tiene el rasgo común de los argentinos: compite muy bien.

 

beneHowedes-Rojo. Cumplen, se despliegan, defienden y atacan con corrección. Rojo parece tener más presencia en el equipo; Howedes pasa más inadvertido, pero ante Brasil demostró que sabe atacar.

 

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Schweinsteiger-Enzo Pérez. El jugador alemán es un medio poderoso, de control, despliegue y llegada. Versátil. Marca y acude al ataque, y siempre está ahí. Esforzado y con buen toque. Enzo Pérez es el volante clásico: trabajador, serio, complementario. Es capaz de hilvanar un buen regate y un buen pase, pero no puede decirse que sea un futbolista de brillo.

 

2014-635407995817384066-738Kroos-Mascherano. Dos de los grandes jugadores de Alemania y Argentina. Kroos es el centrocampista que cualquier equipo sueña para su juego. Es imponente y técnico, es disciplinado e inventa. Posee clase y habilidad para realizar un fútbol preciosista, de combinación y tránsito rápido, y sabe acomodarse a un partido trabado, y ahí asoma su fuelle, su seriedad y su excelente disparo con las dos piernas. El Mundial ha revelado su madurez. A Mascherano ya le pesan los años y los partidos; en cuanto a calidad nunca le ha sobrado nada. Pero es el Jefecito y el Jefazo. Mirada de acero, tensión, pasión por el país y su tradición futbolística, y ascendencia sobre el bloque. Y, además, protege a Messi a conciencia.

 

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Khedira-Lucas Biglia. Khedira es un jugador físico, con movilidad, iniciativa y mucha resistencia. Con Alemania, además, se atreve a llegar al área. Löw ha confiado en él y le responde con sacrificio y acierto. Biglia mandó al banquillo a Gago; parecen clónicos: académicos y técnicos. Es más enérgico y batallador que su compañero.

 

pict.phpMüller-Messi. El alemán puede ocupar cualquier puesto de la delantera. Está sembrado de genialidad, confianza e inspiración. Parece lunático, como si fuera a su aire. Pero siempre aparece con su instinto goleador y con una jugada circense. Messi es el artista absoluto de este juego con un palmarés asombroso. Aquí es otro: parece un náufrago, quizá esté enfermo, quizá nunca vuelva a ser el que fue. Lleva una década a un increíble nivel. Argentina espera de él su penúltimo milagro.

 

7_2972867kÖzil-Lavezzi. Özil es un futbolista de la sutileza, de la estirpe de Magath, Netzer, Overath o Hansi Müller, pero está jugando un Mundial flojo. Se redimió ante Brasil. Lavezzi, por ahora, es todo coraje, entrega. No resiste la comparación con el ‘Kun’ Agüero o con Di María, pero ahí está, sin volver la cara.

 

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Klose-Higuaín. El alemán es efectividad, convicción, sed de gol e insistencia. Se desmarca muy bien y ahí sigue, a los 36 años, con el olfato abierto. A Higuaín no se le ve bien físicamente ni iluminado de acierto. Recuerda a un caballo asturcón, pesado de cadera. Se alivió con el gol que le marcó a Bélgica.

 

(*) Este artículo se publicó en Heraldo de Aragón el 13 de julio de 2014.