ALBERTO ZAPATER, EL CAPITÁN NECESARIO

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El Zaragoza acaba de comenzar su quinta temporada consecutiva en Segunda División. Perdió el primer partido en Tenerife, con la sensación de que completó veinte minutos buenos y de que sobraron el resto. Su afición, acostumbrada ya a las desgracias, encuentra argumentos para ilusionarse en la renovación de su plantilla. Recuerda éxitos de otro tiempo a los más jóvenes, con la esperanza de que vuelvan a repetirse. Añorar lo que fuimos sirve muchas veces para olvidarnos de lo que somos. Y en el Zaragoza actual la única conexión con el equipo que fuimos es Alberto Zapater, el capitán de la plantilla. Zapater estaba presente en algunas de las noches más importantes del club, al menos en las más recientes. Vivió de cerca la final de Montjuic, participó en la remontada en la Supercopa de España ante el Valencia y jugó frente al Real Madrid en el mítico 6-1. La temporada pasada fue el único futbolista incuestionable para la Romareda. No es para menos. Llegó tras casi dos años de inactividad, con unas rodillas que anunciaban su final. Durante la semana era habitual verle apartado del grupo, ejercitándose en solitario. Pese a todo, jugó más minutos que nunca en el Zaragoza y mostró el compromiso de siempre; fue el sexto futbolista más utilizado de la categoría. En los momentos de mayor incertidumbre de la temporada, cuando peligraba la salvación, pedía la palabra. Zapater asumió el papel de escudo del club ante la crítica. Tampoco olvida que el mismo club que ahora le considera su portavoz más fiable, le maltrató en 2009, cuando tuvo que irse entre lágrimas. Tras pasar por el Genoa, el Sporting de Portugal y el Lokomotiv, se produjo su regreso. La razón por la que volvió a su ciudad, por la que protege al club es la misma que le convierte en un futbolista especial: es un tipo que quiere y siente al Zaragoza.

Zapater regresó al Zaragoza casi al mismo tiempo que Cani. Los dos planearon su vuelta con las mejores intenciones, pero el curso de la temporada fue decepcionante. Cani acabó cansado, entre futbolistas y técnicos que no supieron comprenderle. Decidió retirarse, a pesar de que por momentos mostró que su talento aún servía para decidir partidos. Zapater resiste una temporada más, como el último eslabón del mejor Zaragoza. El capitán fue tajante cuando se hablaba de la búsqueda de un sustituto para su compañero: «Es muy difícil que venga alguien como Cani». Quizá la complicidad entre los dos futbolistas nazca de sus diferencias. Zapater es un gregario con madera de líder, Cani era un artista, de esos que va y viene en los partidos. Una de las grandes virtudes de Zapater es estar siempre presente, la mejor cualidad de Cani era aparecer en el momento justo. Zapater, que destacó como su guardaespaldas, pretende hacer un último servicio al club de su vida, un guiño al final que Cani no tuvo: “Tengo un sueño que cumplir y lucharé por él hasta el final”.

En un club lleno de incertidumbre, en el que nunca se sabe lo que pasará mañana, hay una certeza: Zapater peleará en cada jugada, en cada disputa por conseguir el ascenso; será el capitán que el Zaragoza necesita. Un año más, Zapater seguirá desafiando al dolor, a la lógica, al tiempo…

El Zaragoza vence, pero no ilusiona

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La victoria del Zaragoza frente al Oviedo fue una de esas alegrías que invitan a la contención más que al entusiasmo. El equipo venía de sufrir una dolorosa derrota en Cádiz, que nos recordó los peores momentos de nuestra historia más reciente. Y aunque lo único que se pedía era el triunfo, el Zaragoza estuvo lejos de convencer a su público. Venció, pero poco más. No tiene un plan de juego colectivo y siempre da la sensación de estar a merced del rival. El domingo, cuando todo estuvo a favor, tras los goles de Ángel y la expulsión de Verdés, volvió a temer por el resultado. Nos fuimos con el susto en el cuerpo, con la impresión de que el tiempo corría en nuestra contra.

El partido dejó, eso sí, algunas buenas noticias. Probablemente la mejor sea la aparición de Xiscu, que jugó con la soberbia y el descaro de la juventud. A pesar de que Agné le utilizó en un momento de emergencia, no mostró ningún signo de timidez, consciente de que era su gran oportunidad. Se alejó del territorio de lo esperado y jugó con la ambición de los que llegan para quedarse. Tiene algunas virtudes del fútbol callejero y una cualidad que se está perdiendo en la actualidad, la del zurdo que juega en su banda, que mide sus centros y busca los rastros del delantero. Allí apareció Ángel, en su reencuentro con el gol. Marcó dos tantos en un partido absolutamente clave. El Zaragoza necesitaba la victoria para alejarse de los puestos de descenso y estar a dos partidos del playoff, quizá la única aspiración de esta plantilla. Y en un momento de necesidad, Ángel enseñó todas sus virtudes. Es un tipo veloz y voluntarioso, que provoca inquietud en la defensa y que sabe aprovechar los errores del rival. Se ofrece en los costados, pelea por balones que parecen perdidos, se desmarca con acierto y tiene habilidad en la definición. A veces, es fácil tener la sensación de que juega demasiado lejos del área y de que le falta acompañamiento. Quizá con un delantero de referencia, el equipo podría explotar mejor sus virtudes. Pero frente al Oviedo fue el futbolista que el Zaragoza necesitaba.

Si en ataque brilló Ángel, en defensa se hizo grande Marcelo Silva. Es uno de esos zagueros con personalidad, con carácter, que sabe dirigir la defensa e imponerse en las disputas. Probablemente el Zaragoza no sería uno de los equipos más goleados de la competición si hubiese contado todos los partidos con el uruguayo. Su importancia en la plantilla y la valoración de la afición ha crecido en su mes de ausencia. Una señal inequívoca de que es una de las piezas básicas del Zaragoza.

Más allá de eso, el equipo demostró demasiados síntomas de pereza y nerviosismo al mismo tiempo. Cani y Lanzarote, los futbolistas de mayor talento de la plantilla, no fueron constantes en el partido. De su sintonía depende gran parte del brillo del Zaragoza. Y frente al Oviedo, ofrecieron algunos destellos entre largos minutos de anonimato. Cani es la gran esperanza del Zaragoza, el futbolista diferente, el punto de unión entre el equipo que fuimos y el que queremos ser. Frente al Oviedo dejó buenos detalles en los mejores minutos del Zaragoza (el primer cuarto de hora del segundo tiempo) y se apagó en el último tramo del partido. Pareció desfondado, como si el juego le sobrepasara de un modo inevitable. Falló pases impropios de su calidad y llegó tarde a las jugadas. El tanto de falta del Oviedo, obra de Varela, que puso en aprietos al Zaragoza (2-1), llegó precedido de un error de Cani.

Lanzarote merece capítulo aparte: parece jugar en medio de una batalla interna que, últimamente, siempre pierde. Necesita sentirse importante e inspirado, necesita salir bien parado de las primeras acciones para acordarse del futbolista que es. Si no es así, tiene una tendencia preocupante y hasta cierto punto peligrosa, el gusto por el conflicto, por el choque desmedido. Frente al Oviedo, sacó partido de sus guerrillas, tras ser objeto de una patada criminal de Héctor Verdés, que pareció algo similar a un ajuste de cuentas. Pero, a la larga, parece que sus enfrentamientos perjudicarán a su equipo, entre otras cosas porque los árbitros ya conocen sus hábitos.

El final del partido generó un suspiro prolongado en la Romareda. El Zaragoza venció con lo justo, como si despreciara la comodidad de una victoria holgada. Fue un partido entre dos clásicos del fútbol español, que luchan por recuperar una ilusión perdida. Venció el equipo aragonés, que posee una historia y un palmarés que no se ajusta con su situación actual. Su técnico, Raúl Agné, repite que lo único que le interesan son los resultados. Lo cierto es que una liga tan igualada y larga como la segunda división, ofrece muchas oportunidades. Pero da la sensación de que sin una propuesta colectiva, el Zaragoza deja demasiadas cosas al azar en los partidos. Bastián Lasierra, uno de los socios más ilustres del zaragocismo, resumió el encuentro con una de esas frases que mezclan la sencillez y la sabiduría popular: “Lo mejor, el resultado. Lo peor, todo lo demás”.

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Jorge Rodríguez Gascón.

La metamorfosis de Guardiola

Martí Perarnau (Barcelona, 1955) realiza una síntesis de los tres años del técnico en Alemania en su nuevo libro Pep Guardiola. La metamorfosis (Editorial Córner, 2016). El libro sigue un desorden meditado, en el que descubrimos las claves del viaje de Guardiola a Múnich, algunos rasgos de su carácter y los puntos de evolución de sus tácticas. Lorenzo Buenaventura ya avanzó en el primer título de Perarnau sobre el entrenador catalán, Herr Pep (Editorial Córner, 2013), que “Guardiola estaba cambiando Alemania y que Alemania estaba cambiando a Pep”. Este segundo título sirve como retrato de esa transformación.

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“El guardiolismo no existe como una idea definida, se está haciendo”. “Lo que no se entrena, se olvida (…) El entrenamiento consiste en que los jugadores tomen decisiones (…) Para corregir seriamente un defecto primero hay que haber sufrido sus consecuencias”. Estas citas, tan similares y a la vez tan distintas, se recogen en Pep Guardiola. La metamorfosis y definen la personalidad y las ideas de uno de los grandes entrenadores de nuestro tiempo. Martí Perarnau, que alterna la función de testigo y la de confidente, hace un recorrido por sus años en Alemania. Describe el cambio de un Guardiola que ha aprendido a adaptarse a las dificultades y que ha abandonado su hogar en busca de una identidad propia. La metamorfosis es la continuación de Herr Pep y es también un homenaje encubierto a Johan Cruyff. Guardiola es probablemente el mejor emisario del técnico holandés y ha sido fiel a su propuesta en un terreno adverso, en “el jardín de Beckenbauer”.

Como sugiere Perarnau, Guardiola no busca fotocopias del Barcelona en los clubes que le contratan. Entre otras cosas porque ha entendido que la copia siempre sería imperfecta. Los futbolistas del Bayern Múnich o los del Manchester City no han recibido una formación que se ajuste a la propuesta que defiende Pep. El estilo del técnico tampoco se adapta a la idea tradicional de los países que le acogen. Alemania aplaude el juego más físico, el centro permanente, la lucha hasta el último minuto. Inglaterra posee una mayor vinculación con los orígenes del deporte, se alternan las idas y venidas y se entiende que el descontrol es una virtud. Guardiola busca generar superioridades en campo contrario a través del dominio del juego y del balón. Pero, a pesar de lo que indican las etiquetas, es, sobre todo, un gran competidor: “Yo no juego por el estilo, juego para ganar”. La metamorfosis ofrece un breve esbozo de su llegada al Manchester City, que es, en palabras del propio Guardiola, el reto más difícil al que se ha enfrentado.

El libro es muchos libros al mismo tiempo. A veces, parece una novela compuesta de pequeñas piezas que adquieren su sentido global con las otras partes del libro. Perarnau utiliza la metáfora del trencadís, esa acumulación de detalles que adornan las obras de Gaudí. También parece una matrioska en movimiento. Y, además, recuerda a esos formatos de origen oriental en los que el final de cada cuento sirve como punto de partida para el siguiente. Algo así como Las Mil y una noches de Pep. Los capítulos no siguen un orden lineal, van y vuelven en el tiempo, mezclan la crónica, el registro estadístico y el resumen detallado de un plan de juego. En ocasiones, Perarnau recoge ideas que poseen una gran precisión: “lo que busca el juego de posición es aumentar el índice de probabilidad de ganar a través del juego”. El libro es a veces un tratado de vida, en el que se acumulan grandes citas y referencias, y se describen las inquietudes de un tipo perfeccionista, obsesionado con la evolución constante. Guardiola se mueve entre la contención y el afecto, busca el equilibrio entre la pasión y la fidelidad a sus ideas. Y La metamorfosis es también un inventario táctico, un perfecto manual para los entrenadores. Perarnau realiza un profundo trabajo de investigación, que enriquece con detalles de la vida cotidiana, con confidencias de ascensor y grandes testimonios de los personajes que rodean a Guardiola. Manel Estiarte, Paco Seirulo y Juanma Lillo dan voz a los conceptos de Pep, describen sus contradicciones, sus fórmulas de pensamiento y analizan las dificultades del deporte de élite.

Perarnau detalla también su relación con algunos de los personajes más importantes de su etapa en el Bayern. Guardiola es consciente de que “los jugadores son sus mejores aliados”. Algunos, como Philipp Lahm, Manuel Neuer o Xabi Alonso han sido los grandes defensores de su dialecto. David Alaba fue el intérprete de las variantes tácticas de Guardiola. Joshua Kimmich fue el gran descubrimiento: empezó siendo el chico de los recados y se convirtió en un comodín imprescindible. Su complicidad con Kimmich revela algunos detalles de humanidad del técnico catalán: la armonía entre dos tipos que de algún modo se parecen, que coinciden en su capacidad para entender el juego y adaptarse a situaciones inesperadas. Quizá con Kimmich se ven los rasgos de paternalismo de un técnico al que le cuesta expresarse ante los medios, pero que sabe proteger a sus jugadores. Uno de los pasajes más interesantes del libro es el relato de su sintonía con Tomas Tuchel, sus charlas tácticas en el Schummann´s Bar. En ellas se descubre a dos tipos que se analizan, que se ponen ante un espejo, que encuentran fórmulas de mejora y que poseen argumentos similares. Tuchel, a pesar de entrenar al gran rival del Bayern, es un admirador declarado de Guardiola y quizá el mejor testigo de sus ideas.

Perarnau narra algunas de las grandes derrotas de Pep: las tres eliminaciones consecutivas en semifinales de Champions, los conflictos con el cuerpo médico o la decepción que significaron futbolistas a los que no ha sabido convencer (Ribery, Mandzukic) o que simplemente no dieron todo lo que se esperaba de ellos (Götze, Thiago). Decía Cruyff que “las leyendas también pueden alimentarse de una derrota”. Y el libro insinúa que quizá la leyenda de Guardiola parta de su fracaso en la Champions League con el Bayern Múnich. La prensa ha calificado los años de Guardiola en Múnich como una “sinfonía inacabada”. Es probable que esa obra sin terminar sea parte del encanto de su biografía, un estímulo para la mejora. A veces, las victorias morales son casi tan importantes como los títulos. Y el mayor triunfo de Guardiola reside en el legado de los jugadores, en el cambio de paradigma del fútbol alemán, en el testimonio de una afición que ha modelado su gusto casi al mismo tiempo que Pep.

Quizá la metamorfosis de Guardiola pase por la negación de los dogmas que siempre le han acompañado. Por la búsqueda de nuevos registros, por triunfos conseguidos a través de diversas variantes de juego. Por victorias escuetas, en las que no sea fiel a sus principios. Con toda seguridad, Guardiola mostrará cierta insatisfacción hasta en los momentos de mayor lucidez. Siempre encontrará puntos para sentirse descontento, matices en los que sus equipos deben evolucionar. Perarnau lo resume con una frase que combina la belleza y la sencillez: “su partido perfecto siempre está por jugarse”.

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Jorge Rodríguez Gascón.

Del Bosque y la cara de acelga

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En ocasiones, una selección desprende señales contradictorias. Tengo la sensación de que sucede a menudo con España. A veces, veo que el balón circula con absoluta fluidez, que el juego propone una bonita sinfonía de pases. Descubro la suavidad de Iniesta, la imaginación de Silva, el liderazgo de Ramos, el pase con sentido de Busquets. Me entusiasmo con la velocidad de la circulación, disfruto con la proximidad de un gol gestado con paciencia. En ese momento, cuando los jugadores españoles han aplazado el remate con cierta arrogancia, aparece un defensor rival. Suele tener aspecto de ladrillo y no muestra ninguna compasión en el despeje. Él ha sido incapaz de valorar la belleza de la jugada y la ha interrumpido con media sonrisa, con la maldad de quien destroza un castillo de arena.

Entonces, observo el rostro de Del Bosque, un técnico que ha construido su fama a través de la fidelidad a un estilo. El salmantino frunce el ceño y abre los orificios de la nariz como si tratara de dar salida a un mosquito. Agita los brazos contrariado y murmura una orden que se convierte en algo parecido a una maldición: “¡Tira, joder!”. Sospecho que en ese momento al técnico le gustaría tener un mediocampista de corte inglés, de esos que no piden permiso para disparar de lejos. Por un instante, un tipo tranquilo y cordial altera su gesto y busca la complicidad de sus asistentes. Medita sacar a un delantero, a un mediocampista plano como San José o adelantar la posición de Piqué, un recurso que se interpreta como una medida desesperada. Para incrementar el enfado del técnico, Sergio Ramos ha decidido responder al pelotazo del rival con otro desplazamiento en largo, que no tiene otro sentido que el de evitar un agobio inexistente. Busquets, que le había ofrecido su apoyo en corto, mira a Ramos con cierto asombro. A Del Bosque, que ha observado la jugada en primer plano, se le ha puesto cara de acelga.

Segundos después, y casi milagrosamente, el esférico cae en pies de Iniesta. El manchego es capaz de convertir el fútbol en un ejercicio de delicadeza. Acostado en la posición de interior, con la complicidad de Silva y Jordi Alba, Iniesta planifica el siguiente movimiento. Propone atajos con un giro inesperado, deja atrás a las multitudes que le siguen  y encuentra una solución que siempre mejora la jugada. Después de contemplar el quiebro de Iniesta, a Del Bosque se le intuye una sonrisa. Piensa entonces que su arrebato ha sido exagerado. Recuerda que en Inglaterra se envidia el passing game de los españoles y ensaya una sentencia en su cabeza: “el estilo nos da mucho más de lo que nos quita”. A esa conclusión no le ha llevado una magnífica secuencia de pases o el rostro cansado de los rivales, que persiguen el balón con impotencia. A esa deducción ha llegado a través del regate sigiloso de Andrés Iniesta.

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Jorge Rodríguez Gascón.

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Foto: periodistadigital.com

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(*) Con el regreso de Iniesta, recupero un texto de la Eurocopa. Sirve también para explicar la crisis de juego del Barcelona, que ha olvidado los fundamentos de su propuesta. En un momento en el que el Barça deja demasiadas cosas al azar, Iniesta debería ser la solución a los problemas. Ningún futbolista ha interpretado mejor una idea, desde la pausa, el silencio y la inspiración.

El loco, el raro y el mago

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Hace unos meses, a Samir Nasri no parecía interesarle demasiado el fútbol. Se había pasado más de media temporada lesionado y había perdido importancia en el proyecto del Manchester City. Tras la llegada Sterling y De Bruyne se le vio como un futbolista secundario, que había agotado la paciencia de casi todo el mundo. Meditó una retirada prematura hacia una liga menor, como la turca o la estadounidense. Convencido de que no tendría muchos minutos con Guardiola, llegó pasado de peso a la pretemporada. Mientras negociaba con el Besiktas en los últimos días del mercado, el Sevilla interrumpió la operación. Uno de los mejores estrategas del fútbol moderno, Ramón Rodríguez Verdejo, decidió concederle una última oportunidad. Monchi ha hecho del Sevilla uno de los clubes más exitosos de Europa en la última década, que ha reinado especialmente en la hermana menor de las competiciones europeas (Uefa Cup o su posterior formato, la Europa League). Su prestigio no solo se basa en su impecable gestión deportiva, que le permite renovar cada temporada la plantilla sin que se resienta su carácter ganador. Tampoco se ciñe en exclusiva a su capacidad para cuadrar las cuentas de un club que se ha acostumbrado a descubrir nuevos talentos y a venderlos a buen precio, una vez que ya han brillado en el Sánchez Pizjuán [1]. Quizá la gran virtud de Monchi reside en su capacidad para creer en futbolistas que otros ven como una causa perdida.

En los últimos años en Sevilla han mostrado su talento rebeldes como Banega o Reyes. También vivieron buenos momentos tipos del mismo perfil, como Gerard Deulofeu o Iago Aspas. Aún así, la decisión de reclutar a Nasri se interpretó como una de las apuestas más arriesgadas del director deportivo. Monchi buscaba a un futbolista próximo al juego de Sampaoli, que encajase en el sistema que propone un técnico raro y atrevido, sucesor de las virtudes y los defectos de Marcelo Bielsa[2]. Solo un loco o un visionario habría sido capaz de modificar una dinámica ganadora, preocupado esta vez de dar un paso más en su proyecto. A Monchi le interesaba un cambio de estilo para alcanzar la fase de eliminatorias en la Champions League y estar más cerca de los tres grandes de la liga española. Y, de momento, la jugada le ha vuelto a salir bien. El Sevilla es segundo en Liga y mantiene el liderato provisional en su grupo de Champions. El pasado fin de semana ganó el duelo de los aspirantes frente al Atlético de Madrid, que se ha convertido en el mejor espejo para cualquiera de sus rivales. Un gol de N´Zonzi decidió un partido marcado por la precaución, por la tensión y el miedo al error.

Quién nunca tuvo miedo de equivocarse fue Nasri, que pidió el balón en los momentos comprometidos. En solo un par de meses se ha convertido en el creador del Sevilla. Se descuelga, inicia el juego, propone y se equivoca. Se mueve a un trote perezoso, pero es capaz de acelerar, de esconder el balón y de encontrar la solución en el caos. Combina con Vitolo, se entiende con el Mudo Vázquez (que posee ciertas similitudes en el juego) y se favorece del trabajo sostenido de N´Zonzi. Disfruta de su condición de futbolista especial, se mueve a su gusto y juega sin atender al protocolo. No sabemos hasta cuando, porque siempre fue un mago inconstante, pero Nasri ha encontrado un lugar en el que volver a brillar.

Otro acierto del loco (Monchi) y una suerte para el raro (Sampaoli).

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[1] Fichajes rentables. Monchi es un especialista en las contrataciones. Ha logrado que futbolistas que llegaron siendo unos desconocidos se conviertan en piezas codiciadas por los grandes clubes europeos. Con una estricta política de ventas y una asombrosa facilidad para la reinvención, el Sevilla se mantiene en la élite una temporada más. Este verano realizó el fichaje más caro de su historia, y no deja de ser una cifra bastante moderada para un deporte que vive por encima de sus posibilidades. Pagó 15 millones por Franco Vázquez, la misma cantidad que costó Negredo hace 4 temporadas. También esta campaña han realizado dos de las ventas más caras: Krychowyack y Gameiro salieron por 32,5 y 33 millones, una cifra que solo ha superado la venta de Dani Alves al Barcelona (35).

[2] Un técnico distinto. Sampaoli es un tipo pasional, valiente y testarudo. De Bielsa, su maestro, ha dicho: “Sus ideas, su visión del fútbol y sus conceptos me interesaron mucho más que su persona. Es un mito. Y a veces es mejor no conocer a los mitos, para que conserven esa condición”. Quizá por ello, también Sampaoli hace esfuerzos porque no le conozcan, como si quisiera preservar el misterio y sus rarezas. Si algo le caracteriza es su fidelidad a una propuesta, vinculada a un fútbol alegre y generoso. Ahora, una vez que ha corregido los errores defensivos del inicio, el Sevilla vuelve a ser fiable. Sigue siendo, por orden y deseo de Sampaoli, un equipo impulsivo que tiende al desorden y la asimetría. Un dibujo que beneficia a los futbolistas de mayor calidad (N´Zonzi, Vitolo, Vázquez) y que protege a Nasri.

Otra noche del 10

La magia de Messi también acepta la rutina. Muchos de sus goles parecen versiones de otros que ya hemos visto. Sus regates nos recuerdan a algún intento reciente y sus desplazamientos hacia el lado opuesto son tan conocidos como difíciles de tapar. Messi es un enigma hasta para el que fue su entrenador. Juega como si tratara de encontrar la solución en algún lugar de su memoria.  

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El fútbol no fue en el Camp Nou una cuestión de ideas, sino de futbolistas. Y nadie domina ese terreno como Messi, empeñado en recibir con goles al que fue su entrenador. Guardiola se volvió a topar con el argentino en su regreso al estadio y salió mal parado (4-0), penalizado por la ingenuidad de sus futbolistas. El partido le llegó al Manchester City demasiado pronto. Quedó la sensación de que dos meses no son suficientes para asimilar los conceptos de su técnico, que decidió sacar a Agüero de la alineación. Buscaba generar superioridad en el medio y convertir a Kevin De Bruyne en su Messi particular. Sucede que Messi solo hay uno y ya no juega para Guardiola. Y eso no sirve para menospreciar a De Bruyne, que cuajó por otra parte un buen partido. Sino para resumir un encuentro que ganó el equipo que tiene en su plantilla al argentino. Y a Ter Stegen, que salió vencedor de su duelo particular con Bravo. De hecho, el alemán tuvo mucho más trabajo que el chileno, pero supo anular los remates de Nolito, Gundogan, De Bruyne y Kolarov. Por su parte, el que era hasta hace poco su compañero, tuvo que abandonar el partido en el segundo tiempo, tras un error grotesco en la entrega. Entre conceder un gol o ser expulsado, Bravo prefirió evitar el 2-0. Y su mano fuera del área, castigó al City a jugar con uno menos durante unos minutos decisivos. Cuando la roja a Mathieu igualó el partido, ya era tarde. Messi había batido en dos ocasiones al sustituto de Bravo, Willy Caballero. En los últimos minutos, Neymar falló un penalti y firmó un gol lleno de belleza y de plasticidad (4-0). Un tanto que sintetiza todas las virtudes del brasileño: su fútbol alegre y desmedido, su regate veloz y elástico, su eficacia en la definición.

El resultado fue demasiado duro con el Manchester City, por mucho que los de Guardiola concedieran en exceso a su rival. No tuvo acierto en las áreas ni sentido de la ocasión, como si asumiera que su graduación no pasaba por el Camp Nou. Pero fue un equipo con buenas intenciones, que funcionó a través del juego sutil de Silva, del despliegue de De Bruyne, la zancada corta y veloz de Sterling y el pase con sentido de Gundogan. Si se llevó un resultado tan doloroso fue porque los despistes tienen mayor coste en los grandes escenarios. También porque no supo batir a Ter Stegen, a pesar de que disfrutó de buenas ocasiones. El meta alemán dejó un muestrario de sus cualidades; paró por bajo y por alto, jugó con su habitual personalidad e interrumpió los mejores centros.

La firma del 10

Cuando el partido estaba abierto, Messi tomó el testigo de su portero (además de lograr un hat-trick, dio una asistencia y provocó un penalti). Lo hizo con absoluta naturalidad, agradeciendo la compañía del tridente y de Andrés Iniesta, que le cedió el balón del gol en dos ocasiones. Messi es tan especial que parece vivir al margen de los sistemas defensivos y de cualquier planteamiento táctico. Ni siquiera necesita estar en su mejor momento físico para resolver los partidos más esperados. Cuando el balón está lejos de su posición, apenas se mueve y se pierde en un paseo indescifrable. Cuando recibe, con la imagen mental del partido, inventa y acelera, esconde el balón en su zurda, busca los desmarques de sus compañeros y encuentra el arco rival. El argentino aprecia la máxima de Cruyff: “mis delanteros solo deben correr 15 metros, a no ser que sean estúpidos o estén durmiendo”. Y aunque no lo parezca, nunca duerme. La jugada del 1-0 sirve como ejemplo. Es probablemente el jugador del campo que menos se desgasta en la presión. Pero si intuye que puede llegar, nadie es tan listo en la disputa. Después de aprovechar la entrega de Mascherano, llevó el cuero hasta los pies de Iniesta, que buscó una cesión de tacón. El balón quedó muerto en el área del City y, tras el resbalón de Fernandinho, muchos jugadores tenían ventaja sobre el 10. Sin embargo, ninguno pudo alcanzarle y Messi llegó con el tiempo suficiente para burlar a Bravo (1-0). En el segundo tanto, aprovechó otro error en la zaga del City y el servicio de Iniesta. Su disparo, seco y arqueado, se alejó de los brazos de Caballero (2-0). Más tarde, culminó un regalo de Suárez, que disfruta de los goles del 10 como si fueran propios (3-0). La expulsión y la sentencia de Messi provocaron el desánimo de los citizen. El equipo inglés había perdonado el empate ante Ter Stegen, firme en la que siempre fue su competición. Y antes de que acabara el partido, Neymar reparó el error desde los once metros con un vistoso eslalón y un disparo ajustado (4-0).

El fútbol no fue en el Camp Nou una cuestión de planteamientos, ni siquiera de futbolistas. Fue un asunto que ocupó, casi exclusivamente, a Messi. Guardiola, siempre tan generoso en sus elogios hacia La Pulga, estuvo esta vez contenido, como si empezara a temer que los goles del argentino hacia sus equipos son una cuestión personal: “Desde que lo conozco hace estas cosas y las sigue haciendo. No es la primera vez que sucede, lo he vivido algunas veces en directo”. Luis Enrique, que tiene la suerte de dirigirlo, también dedicó palabras al 10: “Si algo se puede esperar de Leo Messi es esto, dan igual los días de inactividad, da igual lo que haya podido faltar. Es la interpretación total del fútbol”.

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Casemiro y el miedo al amarillo

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El Real Madrid ha encadenado tres empates consecutivos en los últimos días. La casualidad ha querido que sea ante equipos que visten de amarillo (Villarreal, Las Palmas, Dortmund). Según eso, la superstición juega a favor del equipo de Zidane: no hay tantos equipos que utilicen ese color a lo largo de la temporada. Si se analizan en profundidad esos empates, sí que se encuentra una causa común y hasta cierto punto preocupante: los tres han llegado en el periodo de ausencia de Casemiro, que estará de baja al menos dos semanas más. El brasileño es uno de esos futbolistas que mejoran al colectivo, por su inteligencia táctica, su sentido de la ubicación y su facilidad para recuperar. En una plantilla que vale al menos 500 millones de euros, un tipo corriente y hasta cierto punto secundario adquiere una importancia vital. Casemiro es un especialista: actúa de coche escoba o de centinela y apenas arriesga, pero hace de la sencillez su mejor virtud. En la plantilla no hay un recambio específico para su posición. Al equipo de Zidane le sobran los futbolistas creativos: Kroos y Modric partían desde el enganche en sus orígenes y James, Isco y Asensio[1] se pelean por el puesto que queda bacante en la mediapunta. En un grupo lleno de jugadores especiales, Casemiro representa el valor esencial de los modestos. En el fondo, es él quien está fuera de la norma.

En noviembre de 2015, el Madrid perdió 0-4 frente al Barcelona en el Bernabéu. Aquella derrota supuso, a la larga, la destitución de Rafa Benítez. En la alineación no figuraba Casemiro, que era del gusto de su técnico y que, en el fondo, no convencía al público más exquisito de Chamartín. Este sector recordaba que el mejor fútbol ofrecido por el Madrid en años llegó de la mano de cuatro mediocampistas con voluntad ofensiva: Modric, Kroos, James e Isco. Benítez optó aquella tarde por una alineación que seguía la línea marcada por el presidente y que buscaba la reconciliación con su público. El resultado y la superioridad del Barcelona mostraron que Benítez debió haber seguido sus principios. En el vestuario visitante, donde disfrutaban con euforia y cierta soberbia de la victoria, se escuchó una frase que adquirió la fuerza de un epitafio: “Si sacan a Casemiro, igual no les metemos cuatro”.

Cuando llegó al banquillo, Zidane mostró la inteligencia necesaria para valorar una idea de su predecesor. Y la valentía que se necesita para ponerla en práctica en las citas más importantes. Casemiro se convirtió en la pared maestra del Madrid. Zidane usó con frecuencia a Lucas Vázquez, también del gusto de Benítez y al que, por supuesto, nunca se atrevió a poner. El resultado de la temporada, que se cerró con la Undécima, dejó en buen lugar a Zidane y a Casemiro, una especie de Mauro Silva moderno [2]. Al brasileño se le valora ahora más que nunca en el Bernabéu. Sobre todo porque los números justifican su apuesta. Casemiro solo ha perdido un partido desde que el técnico francés sustituyó a Benítez y ha logrado 19 victorias y un empate en 21 partidos. Sin el brasileño, el Madrid ha cedido cinco empates y una derrota en 14 encuentros.

Frente al Eibar, el Madrid desea firmar una victoria cómoda para escapar de las dudas. Algunos de los que temen por el resultado se preocupan porque el segundo uniforme del Eibar es amarillo. Otros miran hacia la enfermería, donde está Casemiro y acaba de llegar Modric, quizá el futbolista más importante del equipo. La declaración de Mendilibar, el técnico del Eibar, se ajusta más a la lógica:

“He jugado allí muchas veces y nunca he ganado. Ir de amarillo tampoco nos ha ido bien (…) Jugar en el Bernabéu es diferente. Vas con intención de dar la cara y te la pueden partir”.

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[1] El mejor de los tres es el más barato (Asensio), pero su juventud y su bajo contrato le restan posibilidades frente a sus compañeros. A ellos les protege la inversión realizada y el gusto del presidente (James) o del público (Isco). A nadie le alarmó la ausencia de Asensio ante el Dortmund, después de haber marcado frente a Las Palmas.

[2]  Casemiro es de la estirpe de Mauro Silva, aunque posee defectos y virtudes propias del fútbol actual. Tiene más recorrido en carrera y mayor potencia en el cuerpo a cuerpo, pero no es capaz de darle al balón con la suavidad y precisión de Mauro.

(*) Casemiro, por cierto, brilló en la vuelta ante el Barcelona, en un partido en el que el equipo blanco tomó el Camp Nou (1-2). Se interpretó como una venganza del 0-4 de la ida y nadie disfrutó tanto de la victoria como el brasileño.

Miguel Pardeza: «Un país donde se considera que leer es una rareza padece una enfermedad social grave»

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Entrevista a Miguel Pardeza en Letras Libres:

http://www.letraslibres.com/blogs/polifonia/un-pais-donde-se-considera-que-leer-es-una-rareza-padece-una-enfermedad-social-grave

http://www.letraslibres.com/espana-mexico/cultura/un-pais-donde-se-considera-que-leer-es-una-rareza-padece-una-enfermedad-social-grave

“La cultura y el conocimiento no solo han despertado el recelo del poderoso, sino también del pueblo”.

«Mi estancia aquí en la tierra no me la explico sin libros. Como tampoco me la explicaba sin fútbol mientras estaba en activo».

«Ganar y perder son nociones confusas y normalmente intercambiables».

Sobre la Quinta del Buitre: «El fútbol español venía del letargo de la furia, inventada por algunos periodistas del régimen y fomentada por el Estado franquista, tan aficionado a ver símbolos de la raza en cualquier manifestación por irreal que fuera. Una generación tomó el testigo del fracaso del 82 y se postuló con aire fresco».

Sobre Zaragoza: «Casi todo lo que fui se lo debo a Zaragoza y al club en el que milité durante once temporadas. En Zaragoza, encontré un hogar y un temperamento con el que me identifiqué desde el primer día. Allí nacieron mis hijos. Allí logré títulos junto a compañeros que reconfortan mi memoria».

El fútbol como un negocio que vive por encima de sus posibilidades: «El fútbol es un fenómeno sobredimensionarlo porque vivimos una época sobredimensionada. El poder económico de algunos países está sobredimensionado, así como el poder militar. El hambre está sobredimensionada, la desigualdad entre naciones está sobredimensionada, la ceguera ideológica y el extremismo religioso están sobredimensionados. Todo se ha salido de madre y el fútbol no es más que una consecuencia de un momento histórico en el que lo único que importan son las cifras. Hoy día se celebran los traspasos millonarios como si fuera un récord que al año siguiente hay que batir. Es de locos. La calidad del jugador, por lo general, ha cedido ante el valor de la estadística. En alguna medida, el fútbol se ha vulgarizado porque el triunfo se ha hecho la única causa posible».

La sonrisa de Griezmann

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Antoine Griezmann es de esos futbolistas que tienen algo especial. Técnico, hábil y veloz, su zurda es una promesa de felicidad. Quizá esa es una de las grandes virtudes del 7 de Francia: Griezmann disfruta con el fútbol. No hay mejor ejemplo que su festejo del gol: el zurdo ensaya un baile poco convencional. Alza los brazos, sonríe y mueve los dedos en un gesto que recuerda a Ronaldinho.[1] Hay muchas diferencias entre él y Cristiano Ronaldo, la estrella rival, que se manifiestan también en el ritual de sus celebraciones. Cristiano salta y muestra la espalda, abre los brazos y grita. Su alarido es a medias una liberación y a medias un ejercicio intimidatorio. Las celebraciones de Ronaldo son una explosión de rabia contenida. En las de Griezmann solo hay sonrisas.

El Principito se ha revelado como el hombre del torneo. Después de una magnífica temporada en el Atlético de Madrid se esperaba que liderara a la anfitriona. Tras el partido inicial, en el que Griezmann fue señalado injustamente por la crítica, Deschamps cometió una imprudencia. Decidió situar a Griezmann y a Pogba, los futbolistas de mayor talento de su selección, en el banquillo. La respuesta del 7 fue inmediata. Salió con el partido igualado y marcó el gol de la victoria en el descuento. Desde entonces, Deschamps tiene una cosa clara: Griezmann y Pogba, que comparten habitación y un concepto sofisticado del juego, son absolutamente imprescindibles.

En los octavos de final ante Irlanda, Francia vivió al borde del precipicio. Se adelantó el llegador Brady y Francia sufrió para darle la vuelta al marcador. Griezmann fue la solución a la emergencia y la agonía. En la jugada previa a su primer tanto, algunos silbidos de la afición cuestionaban la actuación del 7. Pocos segundos después, el menudo delantero se elevó por encima de todos e igualó el partido. Minutos más tarde, recibió una gran asistencia de Giroud y marcó el gol de la victoria. Fue la gran tarde de Griezmann y el preludio de su consagración.

El partido contra Islandia fue una fiesta colectiva para los franceses. Derrotaron sin compasión a la selección más humilde del torneo. Griezmann marcó el cuarto tanto de vaselina, en un gesto técnico que resume algunas cualidades del francés: su delicadeza, su picardía y su plasticidad; también su velocidad en carrera y en la ejecución del disparo. Aquel partido reveló que Francia era una de las candidatas y la semifinal ante Alemania encumbró a Griezmann.

Francia vivía el peor momento del campeonato, agobiada por el fútbol vistoso de los alemanes. Antes del descanso era casi un milagro que la selección de Deschamps no hubiese encajado un gol. Griezmann mostró el camino a la final en un par de conducciones. El extremo tenía la libertad y la inspiración que se reserva a los elegidos. Schweinsteiger cometió una imprudencia y Griezmann, que falló recientemente un penalti en la final de Champions, lanzó desde los once metros. Cargado de responsabilidad y de malos recuerdos, ejecutó un disparo impecable ante el gigante Neuer. En el segundo tiempo, Alemania buscaba el empate con más insistencia que brillo. Había perdido la frescura del inicio, producto de la superioridad física de los mediocampistas franceses. Pogba, un gigante de seda, desbordó por el costado. Neuer despejó con apuros y el balón quedó muerto en el área. Allí apareció Griezmann, listo e intuitivo. La estrella francesa fue lo suficientemente rápido para que ningún alemán pudiera toparse con su remate. El resultado era inevitable: gol y baile de Griezmann.

La final de esta noche le enfrenta a la Portugal de Cristiano Ronaldo. No puede haber más diferencias entre dos estrellas que llevan el mismo dorsal. Cristiano tiene porte de atleta, es un depredador del área y parece un líder irascible y caprichoso. Griezmann es un espadachín o un mosquetero, uno de esos zurdos que cambian el partido desde la sutileza. Mejora el juego colectivo y parece comprensivo con los errores de sus compañeros. Griezmann mantiene la inocencia y la valentía de la juventud y espera vengar su derrota en la final de la Champions, ante el Madrid de Cristiano Ronaldo. Una de sus grandes ilusiones es vencer con su selección: “Siempre soñé con ser como los campeones del 98”, ha dicho en alguna ocasión. En el fondo es el deseo de todo un país, acostumbrado además a vencer en su terreno. Esta vez no juegan ni Zidane ni Platini, sino uno de esos extremos que saben vestirse de 10. Se trata de un mago dulce y sonriente: Antoine Griezmann.

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[1] En realidad, es un acuerdo que revela su complicidad con Koke, compañero en el Atlético de Madrid, con el que celebra los goles. Se trata de la imitación de un conocido baile del rapero Drake.

La noche total y dos destellos de Griezmann

Antón Castro / La química del gol

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Didier Deschamps podría decir aquello de «a veces tengo visiones». Y anoche fue uno de esos días donde lo vio casi todo: una Francia eléctrica e incontenible que parecía que iba a comerse el mundo en los diez primeros minutos. Luego durante media hora vería como sus futbolistas se  encogían y desaparecían en su campo, y observaba cómo los alemanes poseían un inagotable abanico de recursos. La paleta cromática del juego. Entraban por las alas, manejaban el pase interior, ensayaban centros mortales e incluso andaban por ahí, derramándose en contactos al borde del penalti. Francia, achicada ante la clarividencia germana, parecía un país de espejismo. Nadie era capaz de trenzar un pase o de aguantar un balón. Nadie salvo ese bajito de Maçon con cara de pícaro seductor, ángel de todas las esquinas o duende de los bosques hechizados: Griezmann.
Francia, por fin, a partir del minuto 40 recobró un poco de impulso y de dignidad. Y no solo esto: contó con un destello de la suerte y con un decisión discutible del juez de línea. Schweinsteiger quiso emular a Boateng ante Italia, sacó su maneta a pasear y… penalti. El artillero feliz tomó el balón con su sonrisa ligeramente meliflua o letal, lo colocó y miró al gigantón Neuer, otro tipo suave. Antoine Fabrizzio Griezmann ejecutó con serenidad, exactitud y hermosura. Y los alemanes, que habían parecido auténticos reyes de la imaginación, se fueron al descanso con una herida brutal. Sin suerte.
Francia volvió a salir corajinosos y al ritmo del vendaval. Fue un trampantojo, aunque a diferencia de lo que había sucedido en la primera parte, Alemania no fue capaz de recobrar el timón, se lesionó Boateng y Griezmann seguía por ahí, detrás de Giroud, a la espera de un pista libre para correr o de un claro del bosque para lustrar la bota. Y así lo hizo, tras un fallo defensivo, destello posterior de Pogba y despeje en falso de Neuer: siguió la jugada con un arrebato de felino en los ojos y sentenció con la puntera y una  seguridad glacial. Francia ascendió a los cielos: casi todos supieron entonces que el equipo iba directo a la final. Alemania aún no se daría por vencida, claro que no, ni tampoco Griezmann, que aún ensayó al menos una carrera de velocista que debió acabar en gol. No le importó su leve error: era el héroe de la noche, el tipo sencillo y dulce que le daba más sentido que nunca al emocionante himno de Francia. Alemania, por terquedad y oficio de competidor honesto, buscó un gol pero se halló con el majestuoso vuelo de Lloris, y se rindió poco a poco ante ese futbolista goleador y relámpago, inspirado y artista, que podría ser un violinista en las esquinas y el solista de la orquesta.
Francia no brilló pero se comportó como un equipo sacrificado, que sufre por alto, que le falta un poco de elaboración en la media, aunque le sobre todo lo demás: coraje, trabajo, energía, constancia y poderío; hubo un momento en que la media era como una muralla inexpugnable: Sissoko, Kanté, Pogba y Matuidi. Cuando retiró del campo a Griezmann, el gallo rubio del estadio, Deschamps volvió a sentir: «A veces tengo visiones: ¡pensar que fui yo quien envió al banquillo en el segundo partido a mi mejor jugador!».
El domingo espera otro ganador: Cristiano Ronaldo. Suceda lo que suceda, el príncipe valiente del torneo es francés, angelical, usa espada de mosquetero, lleva seis goles como seis soles y juega en el Atlético de Madrid.
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(*) Este artículo se publicó en Heraldo de Aragón el 8 de julio de 2016.