Del Bosque y la cara de acelga

del bosque se enfada

En ocasiones, una selección desprende señales contradictorias. Tengo la sensación de que sucede a menudo con España. A veces, veo que el balón circula con absoluta fluidez, que el juego propone una bonita sinfonía de pases. Descubro la suavidad de Iniesta, la imaginación de Silva, el liderazgo de Ramos, el pase con sentido de Busquets. Me entusiasmo con la velocidad de la circulación, disfruto con la proximidad de un gol gestado con paciencia. En ese momento, cuando los jugadores españoles han aplazado el remate con cierta arrogancia, aparece un defensor rival. Suele tener aspecto de ladrillo y no muestra ninguna compasión en el despeje. Él ha sido incapaz de valorar la belleza de la jugada y la ha interrumpido con media sonrisa, con la maldad de quien destroza un castillo de arena.

Entonces, observo el rostro de Del Bosque, un técnico que ha construido su fama a través de la fidelidad a un estilo. El salmantino frunce el ceño y abre los orificios de la nariz como si tratara de dar salida a un mosquito. Agita los brazos contrariado y murmura una orden que se convierte en algo parecido a una maldición: “¡Tira, joder!”. Sospecho que en ese momento al técnico le gustaría tener un mediocampista de corte inglés, de esos que no piden permiso para disparar de lejos. Por un instante, un tipo tranquilo y cordial altera su gesto y busca la complicidad de sus asistentes. Medita sacar a un delantero, a un mediocampista plano como San José o adelantar la posición de Piqué, un recurso que se interpreta como una medida desesperada. Para incrementar el enfado del técnico, Sergio Ramos ha decidido responder al pelotazo del rival con otro desplazamiento en largo, que no tiene otro sentido que el de evitar un agobio inexistente. Busquets, que le había ofrecido su apoyo en corto, mira a Ramos con cierto asombro. A Del Bosque, que ha observado la jugada en primer plano, se le ha puesto cara de acelga.

Segundos después, y casi milagrosamente, el esférico cae en pies de Iniesta. El manchego es capaz de convertir el fútbol en un ejercicio de delicadeza. Acostado en la posición de interior, con la complicidad de Silva y Jordi Alba, Iniesta planifica el siguiente movimiento. Propone atajos con un giro inesperado, deja atrás a las multitudes que le siguen  y encuentra una solución que siempre mejora la jugada. Después de contemplar el quiebro de Iniesta, a Del Bosque se le intuye una sonrisa. Piensa entonces que su arrebato ha sido exagerado. Recuerda que en Inglaterra se envidia el passing game de los españoles y ensaya una sentencia en su cabeza: “el estilo nos da mucho más de lo que nos quita”. A esa conclusión no le ha llevado una magnífica secuencia de pases o el rostro cansado de los rivales, que persiguen el balón con impotencia. A esa deducción ha llegado a través del regate sigiloso de Andrés Iniesta.

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Jorge Rodríguez Gascón.

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Foto: periodistadigital.com

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(*) Con el regreso de Iniesta, recupero un texto de la Eurocopa. Sirve también para explicar la crisis de juego del Barcelona, que ha olvidado los fundamentos de su propuesta. En un momento en el que el Barça deja demasiadas cosas al azar, Iniesta debería ser la solución a los problemas. Ningún futbolista ha interpretado mejor una idea, desde la pausa, el silencio y la inspiración.

El fútbol vuelve cada fin de semana

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A veces al fútbol le sobran días de la semana. El deporte vive un momento de saturación televisiva que parece el resultado de un plan trazado por dirigentes, patrocinadores y medios de información. El problema es que se ha descubierto un foco de atención casi tan rentable como los goles: la polémica. La espera de los partidos sirve para desviar la atención hacia conflictos absurdos, agravios y escarnios que poco tienen que ver con el juego. La última disputa que ha surgido en el fútbol español tras los incidentes de Mestalla sirve como ejemplo. En el fondo, muestra la hipersensibilidad de las partes, la falta de mano izquierda, la predisposición al enfado. El Barcelona venció en Mestalla en un partido vivo y accidentado, en el que el colegiado favoreció a los de Luis Enrique en dos o tres jugadas claves. Más que suficiente para indignar a la grada, que no toleró bien los errores del colegiado. El encuentro se resolvió con un penalti en el último minuto, que transformó Messi ante el ágil Diego Alves.

Pronto dejó de importar que hubiésemos visto un bonito intercambio de golpes, lleno de emoción y de alternativas. En cuanto el balón llegó a las redes, el fútbol pasó a un segundo plano. Los futbolistas del Barça se reunieron frente a las grada de animación de Mestalla, en la que se suelen situar los Yomus, el sector más radical de su afición. Algunos jugadores (especialmente Neymar y Busquets) celebraron de mala manera, casi desafiando al público. La respuesta llegó de la peor forma posible. Un menor, que ya ha sido identificado y expulsado de Mestalla, lanzó una botella que rozó a Neymar y a Messi. Algunos de sus compañeros también se llevaron las manos a la cabeza, como si el botellazo hubiese tenido más réplicas. Messi siempre aparenta estar despistado, incluso cuando marca su quinto gol en dos partidos. Tras el botellazo, recordó que hace dos temporadas también le tiraron una moneda en el mismo estadio. Enrabietado y fuera de sí, se dirigió a la grada en los peores términos que se le recuerdan.

El Valencia tenía motivos legítimos para quejarse, pero la actitud de un sector de sus aficionados deja en mal lugar a la institución. Sobre todo porque es reincidente en este tipo de actos y porque se lanzaron más objetos que la botella (los árbitros recogieron un par de mecheros en su acta). Tampoco colaboró el directivo García Pitarch en sus declaraciones, censuradas en un primer momento por Bein Sports, en las que calificaba el arbitraje de “vergonzoso”. La versión del club siempre debe ser más moderada que la del aficionado más extremista. Aún así, el problema pudo haber quedado ahí, pero se encargó de devolverle el protagonismo Javier Tebas, el mandamás de la Liga Santander. A Tebas le dolía el desprecio de los jugadores del Barcelona a la Gala de la liga, un evento que se retransmite en más de 80 países y que, en el fondo, no tiene ningún interés. Otro de los males del fútbol es el pomposo envoltorio que rodea al juego. Tebas aprovechó la ocasión para condenar la actitud del aficionado y para reprochar la teatralidad de los futbolistas del Barça. El club catalán, propenso al sentimiento de agravio, siempre sospechó de Tebas, un madridista declarado. Y entró al trapo con una medida infantil e inoportuna: se planteó llevar el caso al Tribunal de Arbitraje Deportivo. Como si los pleitos fueran una solución para un lenguaraz profesional como Tebas o para un equipo que ha manchado su imagen en los juzgados. El deporte se ha convertido en un espectáculo televisivo, que tiende, como tal, a la exageración y al sensacionalismo. En este caso, ninguna de las partes han actuado con cordura: el Barça ha creído en las teorías conspiratorias, la afición del Valencia recurrió a la violencia y Tebas ha aprovechado su poder para sentar un peligroso precedente.

El conflicto refleja el pobre estado del fútbol español a nivel institucional, enturbiado desde hace años por las luchas de poder que mantienen Tebas y Villar. Por si no había ya suficientes problemas, el periódico El Mundo ha destapado que la Federación Española (presidida por Villar) no ha podido justificar el gasto de 200.000 euros, destinados en teoría a un proyecto formativo en Haití. De un modo extraño, la corrupción y las insidias que envuelven al deporte se olvidan cuando comienza la jornada. Por fortuna, el fútbol vuelve cada fin de semana.

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En el fin está el principio

Antón Castro / La química del gol

España tendrá que rehacer su bloque y su estrategia a partir del legado de Del Bosque y Luis Aragonés y de la apuesta por la renovación de los futbolistas

iniesta y silva

Los dos centrales de la selección española, Piqué y Sergio Ramos, tan distintos en el campo y fuera de él, han evaluado el fiasco de España de manera distinta. Piqué, que fue uno de los mejores futbolistas españoles con De Gea e Iniesta, dijo que el nivel del equipo es menos competitivo. Y Sergio Ramos, que no ha estado a la altura de su calidad, observó que es muy fácil criticar ante la televisión, con una bolsa de papas. Y quizá los dos tengan razón. Criticar, expresar la decepción, hallar defectos es relativamente fácil, y quizá no sea injusto hacerlo. Fútbol es fútbol.

España empezó bien y sin gol, mejoró ante Turquía y se desvaneció poco a poco aunque sin alcanzar la triste pesadilla de Brasil: se confió en exceso ante Croacia y no tuvo ni la intensidad ni la inteligencia ni el arrojo para pelear con Italia. Piqué tiene razón también y acaso lo más triste y decepcionante sea que España flaqueó pronto y se desangró en dudas y en perplejidad.

La actitud española fue el mejor campo de ensayos y el mejor estímulo de Italia, que no había sospechado aún que estaba tan bien e incluso que sus jugadores de ataque eran mejores de lo que decía la prensa. Todos habíamos ensalzado la línea de atrás, su resistencia, su dureza y su sentido táctico, Buffon, Barzagli, Bonucci y Chiellini, que suman más de 130 años, pero sus delanteros, Eder y Pellè, o sus centrocampistas Florenzi, De Rossi, De Sciglio y Giaccherini estuvieron a un gran nivel. Interiorizaron la consigna, asumieron la estrategia, tan elaborada en los días previos por Conte, e hicieron su trabajo de manera excepcional. Querían la ventaja psicológica del dominio inicial y decidieron avasallar a los nuestros, que ni respondían con carácter ni alcanzaban a leer los labios o los gestos de Del Bosque.

España no podía pensar ni recibir el balón: debía moverse en las aguas del estupor y el desconcierto. Y así fue. Los españoles perdieron el balón y se desdibujaron el bloque y los solistas. ¡Qué lejos quedaba la escuela de baile de antaño que fatigaba al más pintado! Los españoles llegaban unos segundos más tarde a todos los balones, diezmados de fortaleza, huérfanos de intención y profundidad. Superados. No había conexión entre las líneas, el esquema saltó por los aires y el balón era toda una quimera. España lo veía correr como un fantasma que huye y los italianos se crecían aún más y generaban muchas ocasiones.

Que España no defendía bien lo sabemos desde que se fue Puyol. Él sí tenía madera de líder. Como la tenía Xabi o el mismo Xavi, el cartabón de todos los pases. Pese a todo, esta España no era tan mala ni debió serlo. Había buen equipo, excelentes nombres, futbolistas contrastados en Europa y en las mejores ligas, pero también hay jugadores que no acaban de rendir, que en la selección pasan un poco inadvertidos o resultan intercambiables.

Ejemplos: Thiago Alcántara, que estaba llamado a ser el sustituto de Xavi, pero que parece estancado por sus lesiones y por su nueva forma de jugar, adocenada, de menor riesgo y sin fantasía. Ejemplos: Koke, que parecía que iba a ser el gran centrocampista del futuro y también se ha varado. Y parece que ya dicen sus últimas palabras jugadores como Casillas, Cesc y Silva. Silva, admirado por doquier y tan necesario, tiene algunos defectos que menguan su calidad: le cuesta una eternidad disparar, asumir un poco de liderazgo, es discontinuo y eso rebaja su genialidad.

La estela de Del Bosque 

Cesc es intermitente y blando: ahora solo parece un obstáculo –se desvanece en los choques de altura, trabados– para la llegada de los nuevos centrocampistas que están llamando a la puerta, Saúl Ñíguez, sobre todo. En esta Eurocopa quizá se debiera haber probado en partidos específicos con el doble pivote, con Bruno Soriano o Koke junto a Busquets, para dar equilibrio y consistencia en la contención y en la creación, y quizá debió disponer de más minutos Lucas Vázquez, más desequilibrante en este momento que Pedro. Atrás, el voluntarioso Juanfran pudo haber cedido, de cuando en cuando, el carril a la centella Bellerín.

Vicente del Bosque ha cumplido una etapa. Ha sido brillante y generoso. Ha dejado una estela de excepcionalidad, sabiduría y títulos. Lo ha hecho muy bien hasta Brasil y Francia. Da la sensación de que ahora ha perdido la autoridad, su luz o el amor propio tan necesario, ha cedido el carisma, y de que debe empezar un tiempo nuevo. Nada será igual, desde luego, pero también es el momento de plantearse nuevos retos y de avanzar sobre las adecuadas bases del pasado: sin drama, sin victimismo y sin renunciar del todo al espíritu y a la plasticidad del fútbol más hermoso.

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(*) Este artículo se publicó en Heraldo de Aragón el miércoles 29 de junio de 2016.

 

Italia y sus fórmulas de supervivencia

España no encuentra grandes argumentos para temer a Italia y, de manera inevitable, esa es la gran ventaja de la azzurra.

buffon y conte

Cuando Italia llegó a Francia para disputar la Eurocopa, casi nadie la situaba entre las aspirantes. De hecho, algunos medios italianos pronosticaban que su derrota iba a ser prematura. Su grupo, en el que coincidió con Bélgica, Suecia e Irlanda, era uno de los más complicados. La ausencia de grandes nombres, a excepción de los clásicos que forman su defensa (Buffon, Barzagli, Bonucci y Chiellini), era un argumento que invitaba al pesimismo. Pocos se dieron cuenta entonces de que se cumplía un requisito innegociable para que Italia fuese protagonista: nadie contaba con ella.

Italia venció en sus primeros dos partidos, ante Bélgica y Suecia, y cayó el pasado martes frente a Irlanda. Ese también es uno de los rasgos más conocidos de la azzurra: temible ante los rivales más poderosos, perezosa ante los débiles. El equipo que dirige Conte tiene poco encanto. Posee un gran sentido colectivo, vive de su experiencia en las grandes citas y de su rigor competitivo. Es difícil encontrar lagunas en sus registros defensivos, pero es igual de complicado descubrir rastros de talento. En Italia es casi una tradición situar a los jugadores de mayor imaginación en el banquillo. Baggio, Totti o Del Piero tuvieron que pasar por el banquillo antes de ser héroes de la nación. Por eso no es extraño que Insigne, El Shaarawy o Bernardeschi, como mucho aprendices de sus predecesores, sean suplentes habituales en la selección actual. Conte prefiere a Graziano Pellè o Giaccherini, futbolistas generosos y sacrificados, que parecen ideales para el sistema de ayudas que precisa su equipo. También en la delantera aparece Eder, del que se sospecha porque regatea más de lo que trabaja. Los tres han marcado los goles de la azzurra en la competición.

En la media se combinan futbolistas de buenas intenciones, como Parolo, Candreva o Motta, con jugadores comprometidos, como Florenzi o De Rossi. Con Candreva, quizá el futbolista de mayor recorrido, surge una contradicción. Nadie sorprende tanto en las llegadas al área rival como él, pero Conte valora especialmente su repliegue defensivo. En un sistema que favorece a los carrileros, Candreva ha de sacrificarse para ayudar a la célebre defensa de tres. En ello también colabora Florenzi, un auténtico todoterreno. De Rossi pasó algún tiempo por ser un futbolista de buen trato de balón, pero cada vez concentra más sus esfuerzos en la destrucción del juego. Su técnico parece aplaudir cada una de sus entradas y disfruta de su lectura de los partidos. Las ausencias de Verratti y Marchisio han condicionado el juego de su selección, hasta tal punto que la afición justifica y festeja el fútbol solidario y eficaz de Italia.

Lecciones de historia y el enfrentamiento con España

La derrota de España ante Croacia cambió la ruta de Italia, que tendrá que medirse a La Roja, su tormento en las últimas eurocopas[1]. Lo fue hasta tal punto que ocurrió algo sorprendente: durante un tiempo, Italia se replanteó su propuesta. Ahora, ese intento parece algo lejano. Si con Prandelli el equipo trató de imitar a la selección de Del Bosque, Conte prefiere un guión que se ajusta más a la tradición del fútbol italiano. Desde ese punto de vista, no hay mayor antídoto para el juego español que el de la azzurra, acostumbrada a agruparse con éxito sobre su área y hacer daño al contragolpe.

Los grandes éxitos de Italia han llegado en momentos de dificultad. Ganó el Mundial del 82 tras derrotar al Brasil de Sócrates y Zico, que era el equipo de todos. Su fútbol virtuoso había convencido al público neutral, que veía en Italia al mismo bloque rácano de siempre. Se había clasificado tras completar una escueta fase de grupos y parecía la víctima ideal para Brasil. Pero sucedió un fenómeno absolutamente caprichoso: Italia ganó contra todo pronóstico (en el torneo también fue capaz de anular a Maradona, venció a la Polonia de Lato y derrotó a Alemania en la final). Algunos dicen que el duelo ante Brasil fue una final anticipada. El partido de Sarrià descubrió además a la gran estrella del torneo: Paolo Rossi, que llegaba tras cumplir una sanción por su relación con casas de apuestas.

En el Mundial de Alemania 2006, Italia volvió a levantar la Copa del Mundo, precedida de otro escándalo deportivo: el caso Moggi, una trama de compra de partidos que afectaba a todas las instituciones del Calcio (sobre todo al cuerpo arbitral, que Moggi designaba para favorecer sus pretensiones). La maniobra beneficiaba especialmente a la Juventus, que había logrado los últimos dos Scudetti. Bajo esas condiciones llegó la azzurra a Alemania, con un fútbol al borde de la quiebra, una liga desprestigiada y con la Juve, la plantilla de mayor prestigio del país, condenada a la Serie B. El resultado no podía ser otro: Italia fue campeona. En sus filas tenía además a muchos futbolistas bajo sospecha, que habían defendido la camiseta de la Vecchia Signora (Buffon, Cannavaro, Zambrotta, Camoranessi y Del Piero). Todos ellos fueron decisivos en el torneo.

Quizá por eso los que predicen la victoria de la selección italiana en esta Eurocopa, encuentran un pequeño inconveniente: este año no se ha producido un escándalo a gran escala en el Calcio. Sus estrellas, si es que las hay en Italia, no se han visto obligadas a la suspensión, al descenso de categoría o al escarnio público de los juzgados. Paradójicamente, eso juega a favor de España.

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Jorge Rodríguez Gascón

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[1] Italia ha cedido en los últimos enfrentamientos ante España y para ellos el partido es algo similar a un ajuste de cuentas. En el recuerdo cobra especial importancia la final de la última Eurocopa, en la que España aplastó a Italia (4-0). Fue quizá el mejor partido del ciclo de Del Bosque, una sinfonía perfecta, dirigida por la melodía de Xavi e Iniesta.

Chile y los miedos de Argentina

chile celebra

Argentina tiene motivos para temer a Chile. La selección que dirige Juan Antonio Pizzi ha conseguido parecerse a la que fue campeona en la última edición de la Copa América. Paralelamente, ha hecho olvidar su primera fase, en la que estuvo al borde de la eliminación. Tras depurar su juego, ha llegado al tramo decisivo de la competición en un gran momento de forma. Las victorias, cuando se producen desde los buenos modos y no a través del azar, provocan un intangible vital en este tipo de torneos: el poder intimidatorio.

Chile vuelve a ser un equipo generoso, veloz e intrépido. De hecho, su derrota en el partido inicial ante Argentina (2-0) se interpreta como un accidente, producto de algún despiste en la salida de balón, más que como una consecuencia del juego. Martino recuerda también que en el primer tiempo su equipo sufrió ante el despliegue de Chile. El técnico argentino intuye que para ganar a los chilenos, Argentina debe imponer su propuesta e integrar a Messi. Si el partido se vuelve caótico, la selección de Pizzi tendrá mayores posibilidades. En la confusión, los chilenos son más peligrosos. Lo demostró ante Colombia, tras un inicio arrollador. Ni siquiera necesitó encadenar varias jugadas, les bastó con algún arrebato de Alexis y la carrera constante de Fuenzalida, uno de los grandes descubrimientos del torneo. En apenas tres llegadas, Chile ya dominaba el marcador por 2-0.

El buen estado de sus futbolistas es otro de los argumentos que juegan a favor de Chile. Nadie agita los partidos como Alexis Sánchez, un regateador desordenado. A su facilidad para el desborde añade otro atributo: su seguridad para chocar y ganar disputas que parecían perdidas. Le acompaña en el ataque Vargas, el pichichi del torneo. Veloz, pícaro e intuitivo. Aprovecha cada concesión de la defensa rival. En la media, Vidal combina su liderazgo con el despliegue de Aránguiz, uno de esos complementos imprescindibles. En el costado derecho aparece Funzalida, que profundiza sin rubor por el carril. Su aparición es una de las grandes noticias para los chilenos y se ha convertido en una de las piezas claves del equipo, de esas que explican la mejora de su selección a lo largo del torneo. Ante Colombia fue capaz de firmar el segundo gol, tras aprovechar un disparo de Alexis que se topó con el palo. En la posición de mediocampista puro, Pizzi puede jugar al despiste. Puede apostar por el sacrificio de Silva o por la lectura del juego de Marcelo Díaz, que llega a la final tras superar problemas físicos. En defensa Gary Medel, Mauricio Isla, Gonzalo Jara y Jean Beausejour parecen intocables. El líder de la zaga parece Gary Medel, un mediocampista reconvertido. Conserva su aspecto de perro de presa y recuerda, con cierta arrogancia, su marcaje a Messi en la pasada final de la Copa América.

Los últimos dos partidos de Chile, en los que se impuso con autoridad a México y Colombia, pueden alimentar los miedos de Argentina. A la albiceleste se le exige la victoria; “si no ganan, mejor que no vuelvan” dijo Diego Armando Maradona. A Chile no le abruma su tradición, ni le condiciona la ansiedad. Llega pletórico a la final, con la sensación de que una victoria sería un éxito incomparable y que la derrota no se calificaría ni mucho menos de fracaso. Se podría decir que mantiene la ilusión del aspirante, a pesar de ser el campeón.

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Jorge Rodríguez Gascón.

ESPAÑA CONSIGUE SU PASAPORTE A LA EUROCOPA

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España venció con claridad a Luxemburgo (4-0) en las Gaunas, un campo que evoca al fútbol de otro tiempo. Los goles fueron de Cazorla y Alcácer, que firmaron dos dobletes en el regreso de la selección a Logroño. Hubo tramos de buen juego y momentos de inspiración, que bastaron para ganar a un equipo que vino a defenderse. Luxemburgo se excedió en dureza en algunas acciones y las lesiones de Silva y Morata son la nota amarga de una noche plácida. El canario, capaz de generar ventajas desde la sutileza, recibió una patada a traición de Gerson antes de que se cumplieran los diez minutos. También tuvo que ser sustituido Morata, con un fuerte traumatismo en el peroné.

Cazorla completó uno de sus mejores partidos con la selección y se aproximó más a la figura que es hoy en el Arsenal, alejado de la banda y centrado en la dirección de juego. Ese punto de partida le permite además llegar a posiciones de disparo, donde posee grandes recursos; como mostró en el tanto que abrió el partido y en el que cerró la goleada. Busquets inició las jugadas, los laterales Jordi Alba y Juanfran profundizaron y Bartra recuperó el balón en campo del rival. Pedro volvió a derrochar esfuerzo en cada jugada y Mata empezó bien, pero se difuminó en el segundo tiempo. Cesc creció con el paso de los minutos y asistió al pícaro Alcácer. El jugador del Valencia posee el signo que distingue a los buenos delanteros: la intuición. Sus dos goles de la noche confirman, además, su sólido ejercicio con la roja. Mientras Diego Costa sigue en busca de su segundo gol con España, Alcácer se convirtió en el primer internacional que marca en tres partidos consecutivos y ya lleva seis goles con la selección absoluta.

También he de hablar, a mi pesar, de los pitos a Gerard Piqué, un asunto que parece interesarle a todo el mundo. A veces, da la sensación de que es el central del Barcelona el que menor importancia le da a los silbidos. Lo demuestra su arrebato antes del descanso, en el que buscó la portería de Joubert con cierto peligro. Aunque parezca extraño, los pitos le estimulan y le hacen reducir los errores. De hecho, esta temporada ha rendido mejor con la selección española que con el Barça, a pesar de tener en su contra a parte de la afición. La situación, eso sí, incomoda a la plantilla y alimenta la división en la grada. Tampoco colabora la prensa, que se preocupa de hacer un ritual de preparación que fomenta el plebiscito. En Logroño, se intercalaban el silbido y el aplauso a Piqué. El tema, de un modo u otro, va camino de ser una causa perdida. Sólo entonces dejará de ser noticia.

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Jorge Rodríguez Gascón.

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Foto: as.com

BRASIL NI LLORA NI JUEGA

La eliminación de Brasil ante Paraguay, tras caer en la tanda de penaltis, debería abrir un período de reflexión en la selección con más triunfos en la historia de los mundiales. Brasil acumula fracasos desde hace tiempo, y por encima de todo, ofrece una imagen alejada de la identidad que hizo célebre a la canarinha.

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La derrota frente a Alemania del pasado mundial fue tan severa que ya debería haber iniciado un cambio en la selección. Pero, en lugar de emprender la transición, Brasil incidió en los errores del pasado y Dunga sucedió a Scolari. La sucesión confirmó la renuncia de la Confederación Brasileña de Fútbol a la tradición de la canarinha. Dunga siempre ha sido un técnico conservador, que pretende construir un juego rocoso y físico, a través del doble pivote, una formación que debilita a los jugadores más creativos.

En su llegada a la selección, el técnico sólo reprendió a sus futbolistas por su actitud lacrimógena frente a Chile y Alemania en el pasado mundial. Consideró que la imagen de Brasil se había deteriorado por la exhibición pública de sensibilidad en las derrotas. “Somos machistas, tenemos la idea de que los hombres no lloran” dijo en su presentación. Su comentario señaló a David Luiz y a Thiago Silva, futbolistas de lágrima fácil, a los que Dunga ha convertido en una sombra de lo que fueron. Demasiado preocupado por detalles que en nada afectan al juego, el técnico no atendió a mejorar el dibujo del equipo, desde hace tiempo oxidado. Se preocupó de crear un ecosistema ideal para Neymar y, ante su ausencia, el técnico quedó retratado.

El fútbol ha demostrado en los últimos años con casos como los de España, Alemania o Barcelona que jugar bien y ganar pueden ser complementarios. Dunga considera que sólo unos pocos pueden permitirse un instante de fantasía, y eso, en un país como Brasil, es una traición injustificable. Sin síntomas de evolución en el juego, el equipo dependía exclusivamente de la samba de Neymar. El brasileño ha protagonizado una gran temporada en Barcelona, pero en Chile ha demostrado que le falta madurez y frialdad para asumir la capitanía de su selección. Firmó un gran debut ante Perú, pero luego cayó fácilmente en la protesta. El incidente frente a Colombia dejó a su equipo sin su máxima estrella, y, pese al espejismo de Venezuela, Brasil dijo adiós ante Paraguay.

Brasil sigue siendo una fábrica de talentos, pero la planificación de la CBF no fomenta su adaptación a la selección. Tampoco ayuda la labor de un entrenador rácano, que no dispone de un plan de juego ideal para los futbolistas que proponen algo distinto. Además en el país surgen grandes extremos constantemente, pero no abundan los trequartistas de calidad contrastada, una posición sepultada por el doble pivote. También preocupa que en los últimos diez años el puesto del delantero centro parezca huérfano en la canarinha (*).

La participación de Brasil en la Copa América ha rebasado las peores predicciones. Otra vez sin Neymar en la fase decisiva del torneo, el equipo no se ha clasificado entre los cuatro mejores de Sudamérica y la hinchada de la torcida, hasta ahora fiel y fanática, parece más alejada que nunca de su selección.

El equipo de Dunga ya no llora sus derrotas, pero sigue sin parecerse a Brasil.

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Jorge Rodríguez Gascón.

(*) Muchos de los debutantes de esta Copa América no han terminado de convencer. Firmino, Douglas Costa o Coutinho han tenido destellos en los partidos, pero, de momento, están lejos de ser los futbolistas que son en sus clubes. Tras la baja de Neymar, Dunga recurrió a Robinho.

(*) La CBF le sigue dando la espalda a su historia y ayer ratificó a Dunga en su cargo.

ENTRE LA PRÓRROGA Y LOS PENALTIS

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Hace unos días, un organismo bajo sospecha como la CONMEBOL anunció una serie de novedades en la organización de la Copa América de Chile. La más importante era la supresión de las prórrogas en los partidos de la fase de eliminatorias (la norma no se aplicará en la final del torneo). La medida pretendía evitar que los partidos se alargasen más de lo debido y que los equipos se conformasen con el empate durante los 90 minutos. A su vez, buscaba potenciar la emoción de las segundas partes y favorecer el espectáculo, siempre entendido desde un punto de vista televisivo. No hay que olvidar que la Copa América coincide con un horario de madrugada para el público europeo y las prórrogas largas garantizan un descenso en las audiencias. Por otro lado, las tandas de penaltis reúnen los momentos de emoción indispensables para mantener en vilo al espectador e, incluso, justificar un mal partido.

Uno de los argumentos que defendieron los miembros de la CONMEBOL es que el cambio en la reglamentación buscaba favorecer a los equipos valientes, que fomentan el juego ofensivo y que juegan sin reservas los últimos minutos. Sin embargo, su medida consigue el efecto contrario: favorece a los equipos conservadores, y les proporciona, además, un regalo mejor que la prórroga. La tanda de penaltis se convierte entonces en una oportunidad para igualar las fuerzas frente a un rival que ha hecho más méritos durante el partido.

Las prórrogas, a pesar de que pueden fabricar partidos lentos y trabados, suelen ser el reflejo de lo que ocurre durante el partido. El equipo que más ha buscado el gol encuentra el espacio que no ha tenido en los 90 minutos, frente a un rival que sólo contempla la posibilidad de los penaltis. También, puede ocurrir que la selección que más ha sufrido hasta entonces se imponga en la prórroga y le dé la vuelta a la situación del encuentro.

El tiempo extra transmite además una aproximación a la épica, pues en el recuerdo de todo seguidor del fútbol se amontonan grandes prórrogas. La de la final del Mundial de 2010, en la que Iniesta impuso su conducción suave y sigilosa; las semifinales del Mundial de 2006 entre la Alemania e Italia; la prórroga en el Mundial de España entre Francia y Alemania; o la de México 1970, en la que Italia se impuso 4-3 a la Alemania de Beckenbauer, que jugó toda la prórroga con un brazo en cabestrillo. De entrada, la prórroga supone un acercamiento a lo imprevisible, un justo premio para los equipos que van en busca del resultado.

Es cierto que los penaltis son parte del juego, que hay muchas formas de ganar y que todas son igual de válidas. Pero es evidente que plantear un partido con el único objetivo de resistir hasta los lanzamientos es, cuanto menos, reprochable. En ese caso, los meses de preparación se deciden en la suerte más incontrolable del fútbol. La regla que ha impuesto la CONMEBOL favorece el juego de algunos equipos, basado en eludir tus propias virtudes, para esconder las del rival.

Ningún equipo debería empezar el partido con el sueño de llegar a los penaltis.

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Jorge Rodríguez Gascón.

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(*)  De momento, solo una eliminatoria de las tres que se han jugado se ha decidido por penaltis, pero da la sensación de que no será la única hasta la final.

(*) Otra de las causas que llevaron a la CONMEBOL a cambiar el reglamento, es la voluntad de evitar lo sucedido en las semifinales de la Copa América de Argentina, a las que todos los equipos accedieron por penaltis. La organización no entiende que el problema no reside en el formato del torneo, sino en la mentalidad de los equipos.

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Foto: Agencia EFE / peru21.pe.