La victoria del Zaragoza frente al Oviedo fue una de esas alegrías que invitan a la contención más que al entusiasmo. El equipo venía de sufrir una dolorosa derrota en Cádiz, que nos recordó los peores momentos de nuestra historia más reciente. Y aunque lo único que se pedía era el triunfo, el Zaragoza estuvo lejos de convencer a su público. Venció, pero poco más. No tiene un plan de juego colectivo y siempre da la sensación de estar a merced del rival. El domingo, cuando todo estuvo a favor, tras los goles de Ángel y la expulsión de Verdés, volvió a temer por el resultado. Nos fuimos con el susto en el cuerpo, con la impresión de que el tiempo corría en nuestra contra.
El partido dejó, eso sí, algunas buenas noticias. Probablemente la mejor sea la aparición de Xiscu, que jugó con la soberbia y el descaro de la juventud. A pesar de que Agné le utilizó en un momento de emergencia, no mostró ningún signo de timidez, consciente de que era su gran oportunidad. Se alejó del territorio de lo esperado y jugó con la ambición de los que llegan para quedarse. Tiene algunas virtudes del fútbol callejero y una cualidad que se está perdiendo en la actualidad, la del zurdo que juega en su banda, que mide sus centros y busca los rastros del delantero. Allí apareció Ángel, en su reencuentro con el gol. Marcó dos tantos en un partido absolutamente clave. El Zaragoza necesitaba la victoria para alejarse de los puestos de descenso y estar a dos partidos del playoff, quizá la única aspiración de esta plantilla. Y en un momento de necesidad, Ángel enseñó todas sus virtudes. Es un tipo veloz y voluntarioso, que provoca inquietud en la defensa y que sabe aprovechar los errores del rival. Se ofrece en los costados, pelea por balones que parecen perdidos, se desmarca con acierto y tiene habilidad en la definición. A veces, es fácil tener la sensación de que juega demasiado lejos del área y de que le falta acompañamiento. Quizá con un delantero de referencia, el equipo podría explotar mejor sus virtudes. Pero frente al Oviedo fue el futbolista que el Zaragoza necesitaba.
Si en ataque brilló Ángel, en defensa se hizo grande Marcelo Silva. Es uno de esos zagueros con personalidad, con carácter, que sabe dirigir la defensa e imponerse en las disputas. Probablemente el Zaragoza no sería uno de los equipos más goleados de la competición si hubiese contado todos los partidos con el uruguayo. Su importancia en la plantilla y la valoración de la afición ha crecido en su mes de ausencia. Una señal inequívoca de que es una de las piezas básicas del Zaragoza.
Más allá de eso, el equipo demostró demasiados síntomas de pereza y nerviosismo al mismo tiempo. Cani y Lanzarote, los futbolistas de mayor talento de la plantilla, no fueron constantes en el partido. De su sintonía depende gran parte del brillo del Zaragoza. Y frente al Oviedo, ofrecieron algunos destellos entre largos minutos de anonimato. Cani es la gran esperanza del Zaragoza, el futbolista diferente, el punto de unión entre el equipo que fuimos y el que queremos ser. Frente al Oviedo dejó buenos detalles en los mejores minutos del Zaragoza (el primer cuarto de hora del segundo tiempo) y se apagó en el último tramo del partido. Pareció desfondado, como si el juego le sobrepasara de un modo inevitable. Falló pases impropios de su calidad y llegó tarde a las jugadas. El tanto de falta del Oviedo, obra de Varela, que puso en aprietos al Zaragoza (2-1), llegó precedido de un error de Cani.
Lanzarote merece capítulo aparte: parece jugar en medio de una batalla interna que, últimamente, siempre pierde. Necesita sentirse importante e inspirado, necesita salir bien parado de las primeras acciones para acordarse del futbolista que es. Si no es así, tiene una tendencia preocupante y hasta cierto punto peligrosa, el gusto por el conflicto, por el choque desmedido. Frente al Oviedo, sacó partido de sus guerrillas, tras ser objeto de una patada criminal de Héctor Verdés, que pareció algo similar a un ajuste de cuentas. Pero, a la larga, parece que sus enfrentamientos perjudicarán a su equipo, entre otras cosas porque los árbitros ya conocen sus hábitos.
El final del partido generó un suspiro prolongado en la Romareda. El Zaragoza venció con lo justo, como si despreciara la comodidad de una victoria holgada. Fue un partido entre dos clásicos del fútbol español, que luchan por recuperar una ilusión perdida. Venció el equipo aragonés, que posee una historia y un palmarés que no se ajusta con su situación actual. Su técnico, Raúl Agné, repite que lo único que le interesan son los resultados. Lo cierto es que una liga tan igualada y larga como la segunda división, ofrece muchas oportunidades. Pero da la sensación de que sin una propuesta colectiva, el Zaragoza deja demasiadas cosas al azar en los partidos. Bastián Lasierra, uno de los socios más ilustres del zaragocismo, resumió el encuentro con una de esas frases que mezclan la sencillez y la sabiduría popular: “Lo mejor, el resultado. Lo peor, todo lo demás”.
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Jorge Rodríguez Gascón.