Messi perdió en Maracaná su gran oportunidad de levantar la Copa del Mundo. Llegó a Brasil con muchas dudas pero el torneo fue avanzando de acuerdo a sus pretensiones. Argentina fue uno de los cuatro equipos que consiguió un pleno de victorias en la primera fase (con Holanda, Bélgica y Colombia) y Messi fue determinante en esos resultados. Ante Bosnia firmó el segundo tanto de los argentinos en una gran jugada personal, frente a Irán marcó un precioso gol sobre la bocina y ante Nigeria consiguió un doblete en una gran actuación. Pese a ello brilló solo en momentos puntuales, en instantes tan bellos como fugaces. Entre ellos se sucedían momentos de absentismo, en los que el partido parecía no interesarle. En octavos asistió a Di María frente a Suiza, en cuartos participó en la jugada del gol y ante Holanda marcó el gol que abrió la tanda de penaltis.
Poco a poco fue reduciendo su influencia en los resultados de su equipo, pero acaparó siempre las mejores acciones de su selección. En Maracaná empezó con ganas y se vio con fuerzas para desequilibrar el partido. Incluso pareció más implicado, siempre con minutos de ausencias y de indolencia. Generó ocasiones para su equipo y desbordó, pero se fue difuminando en la prórroga. Las opciones ofensivas de Argentina pasaron por sus botas e incluso tuvo la oportunidad de batir a Neuer en un mano a mano. El balón salió lamiendo el palo y a Messi se le escapó la Copa en Brasil. Con el gol de Götze se volvió a conectar al encuentro y se acercó a posiciones de disparo. Remató de cabeza desde la frontal del área en un gesto técnico que recordó al de la Final de Roma ante el Manchester United. En esta ocasión Neuer, casi tan alto como Van der Sar, detuvo sin excesivas dificultades. Antes de que el árbitro Rosetti pitara el final, el 10 argentino dispuso de una oportunidad a balón parado. Su disparo salió fuera y la falta fue un cruel epílogo para la final de Messi.
Argentina observaba como Alemania alzaba la Copa que se le resiste. Algunos se quejaban, muchos se lamentaban y otros lloraban. Pero Messi tenía un aspecto diferente. Estaba ausente, con la mirada perdida. Quizá con el recuerdo del mano a mano ante Neuer, del fallo de Higuaín en el primer tiempo, de las asistencias que Palacio no entendió o de su falta fallida en la última jugada. Para colmo le dieron un trofeo que no le importó y que muchos consideraron inmerecido. Fue un premio cuestionable, que no sirvió de consuelo al argentino. Messi no alteró el gesto, parecía demasiado afectado por la derrota cómo para sonreír o dar la mano al público que se la tendía. Messi cerró un año lleno de decepciones y de finales perdidas.
La Pulga vive con la amenaza de no volver a ser el que fue. Las lesiones musculares le han restado confianza y explosividad. La temporada ha tenido demasiadas interrupciones y se le ha hecho demasiado larga. Le cuesta aguantar el ritmo de los partidos y dosifica sus apariciones con cautela. Sus intervenciones suelen tener trascendencia en el resultado pero hasta ese momento el partido no siempre va con él. El genio fugaz se convierte con demasiada facilidad en un paseante ilustre.
A Messi le afecta también el misterio de sus vómitos. Algo que ha sido motivo de especulación. Algunos creen que es una forma de somatizar la presión y los nervios. Otros consideran que responde a una enfermedad digestiva. En su entorno domina cierto secretismo y se impone el silencio como medida de protección. Otras teorías apuntan a su mal estado físico como causa de sus arcadas. Messi parece vivir en una lucha eterna contra sí mismo y los vómitos pueden ser el modo en que se manifiesta esa batalla interna. En cualquier caso, si se trata de una enfermedad diagnosticada, nadie ha dado los resultados de las pruebas a las que se ha sometido.
También la forma de juego de sus equipos ha condicionado su rendimiento. El primer Barcelona en el que Messi se convirtió en el mejor, tenía ciertos automatismos que han cambiado con el tiempo. Era un equipo que se construía a través de la posesión, que robaba el balón con facilidad y se asociaba con mucha velocidad. Era un ejemplo con y sin el balón. Y Messi, pese a tener cierta libertad de movimientos, se implicaba más en la presión. En aquel Barcelona, el argentino estaba en contacto permanente con el balón. Combinaba en corto en la frontal del área, dejaba la elaboración a sus compañeros y solía estar fresco para buscar la portería rival. En aquellos equipos, que crecían y dominaban a través de la posesión, Messi tenía menos excusas para ausentarse.
Con Argentina siempre ha tenido que iniciar el juego y acertar en la resolución. Messi era el líder silencioso de un equipo que dirigía Mascherano. La Pulga nunca ha sido un futbolista hablador, con demasiada voz en un vestuario. Reservaba su jerarquía al marcador. Y la fortuna no estuvo de su lado cuando perseguía la estela de Maradona en la albiceleste.
Es probablemente el peor momento de Leo Messi como futbolista. Pese a ser vitoreado en los juzgados antes de declarar por sus problemas fiscales (algo que sí debería ser motivo de reproche) algunos expertos de la Ciudad Condal parecen partidarios de su salida (*). Poco a poco también ha perdido el favor de la prensa: a ojos de los periodistas ya no parece ni tan inocente ni tan ejemplar. Esas incógnitas parecen haberse trasladado al entorno del Barcelona, que ha buscado figuras de acompañamiento para dividir la responsabilidad ofensiva del equipo.
Pero su recuperación está en sus manos. Debe aprovechar su velocidad en espacios cortos, vencer la presión que le asfixia y trabajar en el apartado físico. El argentino es claramente el futbolista de mayor talento de la actualidad, pero debe recordar que Ronaldinho también lo fue y que su dejadez le convirtió en un futbolista corriente. En el fútbol, el talento sin trabajo no sirve para mucho. Messi posee unas cualidades innatas que ha de potenciar con el esfuerzo físico. En el último año su magia le ha dado para decidir partidos pero no para ganar campeonatos.
Si quiere volver a ser el que fue, Messi necesita dar un paso adelante y crecer en un equipo que se arme con el balón como seña de identidad. Antes, la circulación le integraba en los partidos. Ahora, sus silencios, su falta de ritmo y su timidez le alejan del juego. El 10 no debe refugiarse en los recovecos de su mente; en lugares de difícil acceso, dominados por el autismo, la fragilidad y la melancolía. A veces el fútbol es un estado de ánimo y el argentino se ha acostumbrado a lucir sonrisas postizas.
Ante todas las dudas que deja el 10 hay una certeza: solo Leo tiene la llave para volver a ser Messi.
Jorge Rodríguez Gascón.
(*) Algunos periódicos catalanes han desvelado una supuesta conversación entre Tito Villanova y Messi pocos días antes de la muerte del técnico. En ella se decía que Tito Villanova le aconsejó al argentino que se quedara en el Barcelona.